viernes. 29.03.2024

El presidente y estadista Gamal Abdel Nasser –considerado como el padre del Egipto moderno– es recordado habitualmente por sus compatriotas como consecuencia de la enorme labor modernizadora que llevó a cabo en vida.

Nacido en la ciudad de Alejandría en 1918, lideró desde bien joven la oposición estudiantil al régimen monárquico egipcio así como a la dominación ejercida por el entonces Imperio Británico sobre su país.


Tras ser condenado por actividades subversivas en numerosas ocasiones durante su juventud, acabó por entrar en la academia militar después de una breve estancia en la facultad de derecho.


Allí daría testimonio de las tramas de corrupción que azotaban las filas del ejército a la vez que entraba en contacto con militares de tendencia progresista. De estos últimos se rodearía posteriormente para la conformación del llamado Movimiento de Oficiales Libres, una organización soberanista, nacionalista y anti-colonial que abanderaría el posterior cambio político de su patria.


Acontecimientos como la deposición del primer ministro egipcio por coacción del embajador británico y el inicio del conflicto palestino incentivaron a Nasser y sus compañeros a perpetrar la llamada Revolución del 23 de julio de 1952.


Mediante esta, se logró la abdicación del rey Faruq I, a la cual le siguió una rigurosa campaña anti-corrupción e iniciativas económicas que favorecieran el crecimiento del tejido industrial del país.


De entre sus políticas más importantes destacan la construcción de la represa de Assuan, con la que trató de controlar el ingente caudal del río Nilo. Para sufragar los gastos que esta acarreaba procedió a nacionalizar el Canal de Suez, hecho que le costó numerosas tensiones con Gran Bretaña y Francia y que acabaron por desembocar en la llamada Crisis de Suez en 1956.

Tras esto, la administración de Nasser priorizó el desarrollo del sector público, transfiriendo al estado compañías de seguros, transportes, industria, etc.


No obstante y al demostrarse como medidas insuficientes, se profundizó en este tipo de políticas, haciéndose pronto el país con la gestión del 90% de la industria, la totalidad del comercio exterior, transportes e incentivando la formación de cooperativas agrarias además de una mayor participación popular en la gestión empresarial.


Para 1963, Egipto había pasado de ser un país esencialmente agrario y subyugado por otras naciones a un estado soberano y próspero, en el que la gratuidad de la educación a todos los niveles y la seguridad social estaban completamente garantizadas.


Aún con su repentina muerte por un ataque al corazón en 1970 y el posterior desmantelamiento de muchos de los logros conseguidos, el recuerdo de Nasser sigue presente en todos aquellos egipcios preocupados por las injusticias y el bienestar de sus conciudadanos.

Gamal Abdel Nasser: El último faraón