viernes. 19.04.2024

«Tímido, vago y un absoluto negado para los estudios» son las palabras con las que Hans Ruedi Giger (Suiza, 1940 -2014) –mejor conocido como H.R. Giger– se describía a sí mismo durante sus primeros años de actividad académica.


La estrella detrás del apabullante diseño de los xenomorfos en el film de Ridley Scott Alien: El Octavo Pasajero (1979) y de algunas otras terroríficas creaciones del Séptimo Arte y del arte en general tuvo una infancia no exenta de complejidades.


En los numerosos intentos por conocer cuál era su auténtica vocación, descubrió pasiones como el dibujo, la escultura y la arquitectura, en las cuales el joven Giger derrochó horas y horas perfeccionando conocimiento y técnica a partes iguales.


Su futuro quedó encauzado en torno al diseño industrial a la vez que se desempeñaba como decorador de interiores durante la década de los 60 en su Suiza natal.


A pesar de contar con ingresos regulares que le permitían vivir cómodamente, Giger no abandonó su veta creativa y continuó con la producción de óleos, ilustraciones a tinta y bocetos, muchos de los cuales servirían de antesala a obras posteriores como Los niños atómicos.


La calidad de su trabajo pronto se hizo notar y llegó a oídos del mismísimo Salvador Dalí que, fascinado por el extraño amalgama de simbolismo, figuras oníricas y surrealismo impreso en aquellas obras, puso en contacto al suizo con el artista y cineasta chileno Alejandro Jodorowsky.


El objetivo de dicha colaboración era la realización de una adaptación a la gran pantalla de Dune, el clásico de ciencia ficción del autor Frank Herbert.

 

Junto al novelista gráfico francés Moebius y al artista visual Dan O’Bannon, Giger trabajó incansablemente en la elaboración de escenarios para el film hasta que, desafortunadamente, el proyecto para adaptar la obra acabó truncado.


No obstante O’Bannon, tras vislumbrar en las genuinas maquinaciones artísticas de Giger un potencial digno de ser aprovechado, logró que el diseñador acabase participando en la elaboración de las criaturas extraterrestres y escenografía del film de sci-fi Alien.


Por entonces, el suizo ya había descubierto en el uso del aerógrafo, el instrumento perfecto para la creación de sus famosos seres bio-mecánicos, en los que ya comenzaba a apreciarse la horripilante simbiosis entre humano y máquina que tan popular le haría en los años venideros.


Su trabajo en la cinta de Ridley Scott le mereció un premio de la Academia a mejores efectos visuales y de esta forma, Giger pronto dio el salto a la fama. Su recién adquirido estatus de artista de lo macabro le granjeó la posibilidad de colaborar en filmes de terror como Poltergeist II (1986) o Especies (1995), de Roger Donaldson.


También se atrevió con el videojuego ofreciendo sus diseños para las aventuras gráficas Darkseed (1992), de la desarrolladora Cyberdreams.  


El concepto artístico de «nueva carne», que surgió con el aporte de H.R. Giger terreno artístico cambió radicalmente la forma en la que se venía entendiendo la relación del horror con el cuerpo del individuo.


Este último ahora respondía a un elemento voluble, sujeto al deseo humano y capaz de entremezclarse con aquello que no era estrictamente orgánico. Como metáfora, se trataba de una idea que respondía a las hipótesis de un futuro en el que el hombre sería nocivamente dependiente de la máquina.


Veraz o no, lo cierto es que la obra de Giger se sustentó sobre tan interesante concepto y gracias a él, disfrutamos de pinturas, esculturas e ilustraciones que siguen evocando las más perturbadoras y escalofriantes alucinaciones.

Las pesadillas bio-mecánicas de H.R. Giger