Desde aquel titiritero al que cantaba Joan Manuel Serrat hasta aquel feriante al que canta Isabel Aaiún (mucho más que la Potra Salvaje: asómense a su discografía) o aquellos gitanos que de vez en cuando llegaban a Macondo para hacer creer a los más viejos de la familia Buendía que tenían remedio para todo en sus carretas. O nuestros recuerdos de infancia: el ser humano siempre ha sentido fascinación por el vendedor ambulante que llega,, de pueblo en pueblo, a ofrecernos sus productos. Ahí, por ejemplo, surgió la Feria de Sevilla, con ganaderos principalmente vascos y catalanes que llegaban a la ciudad hispalense a cerrar negocios.
No sabemos si dentro de 150 años alguien se sorprenderá de como comenzó el Mercado Medieval de Ceuta. Probablemente, ni servidor esté para contarlo ni muchos de ustedes para leerlo. Pero si sabemos que todos los años, "todos los años lo mismo", se llena. Es ilusión, es un paseo agradable por un entorno,, las Murallas Reales, al que le hacen falta cuatro tiras para volver al medievo, A la época en la que surgieron para fortificar una ciudad que es innimaginable sin ellas.
Y unas murallas ya acostumbradas a recibir a María José, que con sus barquillos llega desde Zaragoza para ofrecer una exquisita variedad. O a Cristian, que receta como los buenos buhoneros remedios contra los cachivaches electrónicos: trompos, armónicas o puzzles para que nuestros niños "sientan el tacto de la madera". Preciosa la frase, por cierto, de uno de los vendedores más jóvenes.
Desde Valladolid llegan Daniel y su familia. Por primera vez: en la caital pucelana regentan varios negocios de los que traen una muestra a Ceuta: aceitunas encurtidas en todo lo imaginable. Queso, anchoas, gambas... Y si es verdad que cuanto más huela un queso, mejor está,, los de Casar de Cáceres son delatados por el olor a varios metros de distancia.
Y más: atracciones,, bisutería, jabones. Un poco de teatro, otro de tradición y un mucho de vida. El Mercado Medieval ha vuelto. Y Ceuta se viste de gala para recibirlo.