Corría 1993 cuando en un local de la avenida España, los hermanos Rafael y José María Carrasco abrieron las puertas de un nuevo local, El Refectorio., “como una broma, algo para los amigos”, resume José María. En aquel momento era difícil imaginar que se estaba alumbrando una de las mesas más emblemáticas de la gastronomía ceutí.
Su apuesta fue desde el primer momento la calidad y la excelencia. Con lo que habían aprendido de visitar buenos mesones se lanzaron a la aventura, y ese mimo que siempre se le pone a los amigos cuando visitan la casa es el que han mantenido durante 3 décadas para ofrecer sus recetas. “Fuimos los pioneros en traer Ribera de Duero”, recuerda Rafael.
Y esa es la idea que sigue perdurando tanto tiempo después. Se mudaron a los 7 años al actual local en el Poblado Marinero. Y el mayor espacio les permitió ganar en calidad en la cocina. Pero el espíritu no cambia. Tratar bien los maravillosos productos que hay en el mercado y seguir dándole vueltas a encontrar el mejor producto para ofrecérselo a la clientela y a los amigos. Así, los domingos por la tarde, Rafael cuando llega a casa se pone a hacer pedidos de lo que no encuentra aquí, las carnes por ejemplo, que vienen de Oviedo.
Su trayectoria resume bastante bien la evolución no sólo de los fogones locales, donde siguiendo su estela han ido apareciendo otros que compiten de tú a tú con ellos, sino del propio tejido económico. “Antes teníamos todos los días comerciales de empresas de fuera que venían a vender, ahora ya apenas queda eso”, resume José María Carrasco. Incluso el turista marroquí que les honraba con visitas durante el verano ha ido a menos.
Y al cliente local hay que satisfacerlo pensando en él. “Si yo tengo un cliente que va a venir 4 veces al mes, no le puedo ofrecer siempre lo mismo porque se cansa, así que la forma es tener una carta con más de 60 opciones e inventarse platos especiales los domingos”, cuenta su secreto Rafael.
Lo suyo, lo de los dos, es una pasión, casi un hobby más que una apuesta por un negocio. Eso se nota en el restaurante. “Yo esto lo hago porque me gusta”, confiesan los dos casi con las mismas palabras, para reconocer, que “nos gusta ganar dinero”, pero que no tienen hoy por hoy una necesidad real económica que les motive a seguir. Ni ahora ni antes. Lo han hecho por pasión, una receta que el propio Rafael dejó para las hemerotecas, cuando el pasado martes recogió una pequeña figura que le entregó la Cámara de Comercio en el arranque de la I Semana Gastronómica Sostenible para reconocer su trayectoria guiando la calidad de las mesas ceutíes. “Al que no le guste la hostelería que se dedique a vender pantalones, camisas o zapatos”. Es un trabajo sacrificado, que exige todo el tiempo del mundo, que obliga a no enfadarte demasiado cuando los clientes le echan “jeta” y no se van y se quedan tomando copas sin respetar la vida de los que están al otro lado de la barra.
Sólo compensa por “los muy buenos ratos” que han ido echando, las experiencias, las risas, los amigos, los clientes que se convierten en amigos. “Porque tengo muy mala memoria, pero si yo contara lo que he ido viviendo aquí me daba para un libro”, dice Rafael.
Y ahí, siguen, cocinando para el que quiera ir a verles. Aunque quizás no por mucho tiempo. Su pena es que no hay relevo. Es al fin y al cabo aquella “broma” para los amigos que no tiene relevo, como empresa familiar que es, en la siguiente generación. Y ambos, tienen asumido que seguirán al pie del cañón mientras la salud les respete y sigan divirtiéndose, pero después… No hay relevo. “Sois como los Rolling Stones, hay que aprovechar porque cada concierto puede ser el último”, ante la ocurrencia, José María se ríe, pero algo de verdad hay.
El homenaje lo han llevado con la habitual discreción con la que entienden el servicio, pero quien los conozca y mire con pausa, podrá apreciar que por pequeño o tonto que pueda parecer les ha gustado que alguien les reconozca de forma pública su empeño durante 3 décadas por ofrecer a los ceutíes un servicio de restauración de máxima calidad.