Cuenta el pasaje bíblico que, una vez que el Rey Herodes supo que había nacido el Mesías, ordenó degollar a todos los varones nacidos en esas fechas para que nadie osara reclamar para si el trono de Judea una vez crecido. José, un carpintero y su esposa María, huyen en una burra hasta una humilde cueva en Belén donde nace Jesús el Nazareno.
No había nieve en aquella época; lo de diciembre vendría después, pero si se habla de unas gentes acogedoras y humildes que dieron al niño y sus familiares todo el cobijo y alimentos que fuera necesario. ¿Quién puede querer dañar a un niño, a la imagen más hermosa como es la de un lactante sonriendo?.
Claro que lo que no cuentan las Sagradas Escrituras fue que los habitantes de Belén hicieran chicharrones, chorizos, preñaditos o lomos de bonito salado. Porque ese ha sido el toque ceutí el toque autóctono a la historia del nacimiento más célebre de todos los tiempos.
Gracias a la Hermandad del Rocío, el Nacimiento se ha recreado con un fin solidario: recaudar alimentos para Cáritas Diocesanas. No han faltado ni los animales -cabras, borregos o conejos que han hecho las delicias de los más pequeños- ni ese toque tan caballa como es el de los bonitos salaos. Invento de los romanos, por cierto.
El caso es que, un año más, se pone en marcha un Belén viviente que implica a más de cien personas, entre figurantes y colaboradores, que pertenecen a distintas cofradías y hermandades de la Ciudad Autónoma. Buen ambiente para una fría tarde en la Plaza de África, pero que parece menos gélida gracias a una iniciativa que tiende a consolidarse en los próximos años. "Nosotros, los ciudadanos de Belen estamos encantados de dar la bienvenida a ese matrimonio que ha llegado con su hijo", dice con sorna el hermano mayor de El Rocío, José María Sánchez.