jueves. 28.03.2024

Americanos

Sea porque Washington Irving nos robó los secretos de la Alhambra para contárselos al mundo o sea por venganza racial contra el banquero que dejó a Juan Miguel sin su Triniá, lo cierto es que los americanos (del norte) nunca nos han caído del todo bien. Motivos hay: se inventaron una guerra en Cuba para darnos la del pulpo y en Filipinas nos echaron para dejarnos un hermoso bolero y un puñado de héroes olvidados que fueron más respetados por los enemigos que por el Ejército al que defendieron. A los americanos, con tanto 'I Like Ike' en plena Castellana, se les metió entre ceja y ceja que el fascismo acababa en los Pirineos y aquí estuvimos cuarenta años aguantando al de El Ferrol y esperando que llegaran ellos con el “rascacielos bien conservado”, como se cantaba en los dos minutos de cine que mejor definen a este país. Y encima va Eisenhower y utiliza “El Relicario” (si: pisa morena, pisa con garbo) para captar el voto de los españolitos.

 

Pero desde el desapego, los “yankees” siempre nos han puesto más cachondos que un sobre a Luis Bárcenas. Nos gusta ver a los nuestros jugando en la NBA, escuchamos canciones americanas, tenemos un niño “tan listo que se lo van a llevar a Nueva York”, nos quedamos hasta las tantas para ver los Oscars y cada cuatro años, contamos votos populares en Oregón o Carolina del Norte como si nos fuera la vida en ello. El Imperio ha triunfado: hemos llegado a ver animadoras en partidos del Logroñés.

 

En el fondo, siempre hemos querido ser como ellos. “Van un español, un inglés y un americano” es la letanía con la que han comenzado millones de chistes en las sobremesas de este país. El españolito más cuñado envidia la veneración por la bandera o por el sistema penitenciario de los “Estates”. E incluso incorpora a su vocabulario determinadas palabras muy de cine: como contribuyente, como pagador de impuestos. Otros, sinceramente, nos quedaríamos con la consagración a la libertad de prensa, la construcción de un país cimentado sobre una colección de nacionalidades o la devoción y el buen trato a sus científicos.

 

Otra cosa que igual no tenemos tan presente a la hora de hablar de los americanos es la “cara B”. Pagas pocos impuestos, si, pero o tienes dinero – sin ser millonario- o tus hijos se ven condenados a estudiar con cincuenta desheredados más en un colegio público. O a que te nieguen la atención en un hospital si no vas con el seguro por delante. La aspirina a precio de Whisky. “En Nueva York vale más un ladrillo que un corazón”, cantaban mis admirados “Majaras” de El Puerto.

 

O la jubilación: cientos de miles de octogenarios trabajando hasta el último aliento por que, en un momento dado, no pudieron pagar “un buen seguro” con el que retirarse. Tengo, a veces, la amarga sensación de que con tanto “reajuste”, “reforma” o “flexibilización”, vamos camino de ser finalmente como los americanos. Y no lo digo por el baloncesto, por mucho que cada vez que juegue Stephen Curry sea fiesta para los que amamos el invento de Naismith. Canadiense, por cierto.

 

 

 

 

 

 

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