viernes. 29.03.2024

Cambio de 50

Inspirado en un cuplé del inimitable Pepe Guerrero "Yuyu".

 

Había dos peluqueros que vendían poquito. El local, con goterones de cuando Joselito estrenó "La Campanera",  estaba más sucio que la agenda de José Luis Moreno, y  por toda iluminación había una lámpara con una luz amarillenta, bajo la que uno entraba a pelarse y temía encontrarse a un cirujano chungo, con el careto de  Jack Palance  y dos tenazas en la mano. No habían sabido adaptarse a los nuevos tiempos, y por tanto, no entraba ni el aire.

 

Pero ellos estaban hipotecados hasta el 2368 (aprox), así que había que seguir con el negocio. Los fines de semana se pelaban uno al otro para entretenerse y que las máquinas no se enmoheciesen, y luego tiraban los pelos al suelo. Jugaban a pares o nones y el que perdía recogía los restos.

 

El que ganaba siempre hacía lo mismo. Salía a la puerta, se desabrochaba la camisa y se encendía un cigarro. Se frotaba la frente, simulando sudar más que el telegrafista del Titanic, y siempre la misma cantinela: "Qué locura, Dios mío. Desde que hemos abierto, sin parar. Ahora he podido salir a fumarme un cigarrito. Y todo el mundo quiere ser el primero en pelarse. Sin parar, por mi madre de mi alma", a voz en grito ante la gente que paseaba por la calle. Uno con el perro, otro con la media de churros, aquel de allí con los niños, el de más allá con los "pelaitos esos modernos que se hacen los niñatos hoy en día por cuatro euros"... Todos pasaban olímpicamente, con excepción de algún cachondo que vivía por la zona y siempre les hacía la misma pregunta:

 

   - Buenos días ¿tiene usted cambio de 50?

   - Cambio de 50 no, pero me voy a cagar en tus muertos completamente gratis.

 

Y vuelta a empezar. De vez en cuando entraba el viejo Matías; con menos pelo que una bola de billar, pero era "el único sitio donde todavía se pela a caballeros como Dios manda". Matías, que siempre acababa contando la historia de cuando hizo la mili en El Aaaiún,  tenía una edad comprendida de entre 87 y la muerte, por lo que sabían  que en el momento en que doblase la servilleta, bajaría la gráfica de ingresos.

De vez en cuando, eso sí, saltaba la sorpresa. Una vez, un vecino recordó que tenía una boda ese sábado, y no el siguiente, y fue de urgencia a la peluquería, que como la funeraria estaba abierta las 24 horas del día. Tal fue la sorpresa, que pilló a nuestros hombres cargándose un Getafe-Levante a las cuatro de la tarde, con zapatillas de esparto y una americana en lo alto. "Lo que hace el aburrimiento, madre mía", pensó...

Cambio de 50