jueves. 18.04.2024

Con toda la mar detrás

Vivimos acomodados en nuestras rutinas del día a día, pensando que ya tenemos bastante con salir adelante y que el resto del mundo gira a nuestro alrededor por generación espontánea. Pero a veces, hay bocados de realidad que nos hacen, o deberían, reflexionar sobre las condiciones de trabajo de otros colectivos, de otros gremios. Para valorarlos a ellos o a nosotros en su justa medida.

 

No hace falta recordar que en este país hemos vuelto los ojos a la ciencia cuando las urgencias se colapsaron de gente que no podía respirar. Fue entonces cuando, en una farisea e hipócrita ceremonia, nos asomábamos a los balcones para aplaudir a gente que no necesitaba hermosos artículos ni sensibles montajes, sino estabilidad laboral y medios porque ellos fueron nuestra primera línea defensiva contra el enemigo invisible. No han pasado ni dos años, y nuestros sanitarios cada vez están más agotados. Del mismo modo que todos somos maestros cuando uno es agredido en las aulas, o nos sentimos cercanos a bomberos, militares o agentes de los Cuerpos de Seguridad cuando alguno fallece en acto de servicio. Al día siguiente, vuelven a ser el pamplinas que ha suspendido a mi hijo, el musculitos que solo hace estar en el gimnasio mientras no haya un fuego o el estirado que me ha puesto la multa por aparcar en doble fila y el abogado que nos saca de un apuro vuelve a ser un vulgar picapleitos.

 

A todos los 'urbanitas' nos gusta el campo. "Qué bonito tiene que ser, que bien se tiene que vivir, sin estrés ni prisas ni en contacto con la naturaleza". Mentira: el campo es duro, no deja un día libre a quien lo trabaja y un mal temporal puede tirar por tierra la cosecha de un año y arruinar a una familia para lustros. Tuvo que estallar un volcán en La Palma para que todos comenzáramos a buscar Plátano de Canarias; sin duda el mejor del mundo. Meses después, ¿cuantos hemos vuelto a la banana costarricense por ahorrarnos unos céntimos de euro?.

 

Ahora, las peores noticias nos llegan desde Canadá. Otra frase de sofá y manta:  "Qué bonito tiene que ser vivir ahí, con esos paisajes y la nieve", repetimos tras cada 'Españoles por el mundo' y similares. Mentira: no conozco nada más hermoso y traicionero que el mar. En este día de febrero con sabor de doce de diciembre, no puedo por menos que recordar cuantos disgustos nos ha dado el mar a lo largo de los tiempos. Escribo esto a apenas metros de esa bella alfombra azul que nos ha devuelto tantos cadáveres de pescadores, de inmigrantes, de submarinistas con experiencia a los que un segundo de duda o una ola traicionera segó sus vidas. "Con toda la mar detrás", cantaba Patxi Andión...

 

Hoy, todos estamos con los pescadores gallegos; más el mar seguirá siendo un oficio  duro, mal pagado y sometido a mil tribulaciones. No crean que se recordarán a los mártires del barco de Marín más allá de un par de jornadas ni se tomará en consideración el drama de esas familias. Pesarán menos que unas cuotas pesqueras, que un acuerdo en esa Bruselas donde el mar es un espejismo pero te sirven el mejillón al vapor como plato típico.

 

Ha sido así siempre, y por desgracia así funcionará para los próximos años. Oficios ingratos, duros, incomprendidos, mal pagados. E incomprensiblemente, vocacionales: o gustan al que los haga, o no los hace ni Dios. Es la limpiadora que friega el baño, la chica que pasea a nuestros padres por el geriátrico, el camarero que nos limpia la mesa y nos sirve la caña fresquita. Y dejo fuera, por motivos obvios, al periodista que sólo hace mentir pero al que, si se tiene su número,  todos acuden para que les aclare a que se debían las sirenas de hace un rato...

 

Todos contribuimos, todos contribuyen y todos somos necesarios. Y todos creemos que el nuestro es el oficio más exigente el mundo, seguro, porque nadie sabe lo que pasamos en carne propia cada vez que suena el despertador. Más no cambiará nada, pero la próxima vez que vayamos a comprar y nos quejemos de lo caro que está el pescado o la fruta, pensemos en los hombres del "Villa de Pitanxo", la tragedia repetida,  o en las manos cuarteadas y las espaldas dobladas de tantos y tantos agricultores...

Con toda la mar detrás