jueves. 25.04.2024

Detectives del sofá

Una moda parece haberse extendido por las plataformas de pago por visión: la de los documentales o series basados en la investigación criminalística, a lo largo y ancho de todo el mundo. Ello nos ha permitido, a los que nos gusta la información y la historia  en general o el género en particular, descubrir casos espeluznantes: desde el asesinato, sin aclarar, de una adinerada mujer en un rancho argentino hasta la de una turista francesa en un acantilado irlandés pasando por un escalofriante asesinato cometido con toda la premeditación y sangre fría de una familia en un barrio de Jerusalén.

España, obviamente, no se libra. Pero a golpe de Netflix, HBO o Amazon, no es difícil sacar la conclusión de que es necesario un dolorosísimo primer paso para que las cosas cambien. A grandes rasgos, no sería descabellado pensar que, ETA al margen, hasta que tres niñas no llegaron a la discoteca Colors de Piccasent, la Policía española solo se había enfrentado a robagallinas como El Lute o El Vaquilla, crímenes que concluían años de rivalidades familiares como los de Puerto Hurraco o personajes como El Arropiero, el Sacamantecas, Romasanta y demás productos de la España negra. La única excepción, tal vez, un Jarabo al que su afán de protagonismo terminó por costarle la muerte.

 

No recuerdo exactamente si fue con el documental de Alcasser o en algún otro foro cuando descubrí un dato que entonces me pareció sorprendente: a principios de los años 90, la Guardia Civil carecía de Gabinete de Prensa. Hoy, cualquier Comandancia de una ciudad no ya grande sino normal cuenta con, al menos, un agente dedicado a hacer de interlocutor con los periodistas. Por no hablar del nivel de profesionalización que han alcanzado los CFSE en determinadas investigaciones durante las últimas décadas: precisamente a partir de errores que propiciaron la teoría de la conspiración. Y si, todos la hemos comprado, en parte o totalidad, en algún momento de nuestras vidas. Hablamos de historias dolorosas, de casos que a cualquiera nos erizan la piel. Y si queda algún cabo suelto, aparecen los elementos comunes.

 

¿Cuáles son estos elementos?. Los Gobiernos de las sombras: personas poderosas o bien relacionadas que aprovechan su red de contactos para perpetrar con total impunidad cualquier crimen. Puede haber ocurrido, pero este es un elemento común en todos los casos que desde los 90 golpean la memoria colectiva: Alcasser, Marta Del Castillo o el ahora repescado Caso Whaninkoff. De este último solo diré algo: es la mayor vergüenza colectiva de agentes, periodistas y jueces. Los primeros presionados por los segundos y los terceros por un poder político que quería mostrar eficacia. El destino no me situó en aquellos juzgados malagueños, pero la reflexión me avergüenza de mi profesión en esos días. Dolores, pues, merece resarcimiento y disculpas.

 

No ayuda a la serenidad necesaria el clamor popular, la vida a ritmo de Twitter, las ansias de notoriedad de un personal que lo mismo te para una pandemia que te resuelve un crimen, gana dos Mundiales de fútbol o te controla una erupción volcánica con el movil en la mano. Esto si lo cuento en primera persona: de vez en cuando, alguna noticia desagradable hay que escribir. Sean asesinatos o detenciones, sean brotes de coronavirus, rara es la ocasión en la que no nos encontramos un comentario en redes sociales exigiéndonos a los medios de comunicación que ofrezcamos nombres y caras. Posiblemente, de las mismas personas que se habrán indignado viendo lo mal que se gestionó el ‘caso Whaninkoff’. Sin ir más lejos la semana pasada: un  hombre recibe un disparo mortal en Príncipe Alfonso, a las 22.00 horas de un lunes. Cuarenta y ocho horas después, hay dos detenidos. Un tiempo “excesivo” para algunos.

 

Cosas que ‘solo pasan en este país’. ¿Recuerdan el rosario de seriales del primer párrafo? Pues bien: por desgracia, no hay un solo Estado sin mácula en el expediente: la investigación de la policía irlandesa en el caso de la turista francesa en Cork rozaría la comedia de no ser por que hay un cadáver: el retrato robot puede hacerlo un niño de ocho años sin ser necesariamente el nuevo Picasso. La policía israelí lleva casi cuarenta años para ofrecer una respuesta de lo que se le pudo pasar por la cabeza a  un tímido chaval de trece años para agarrar una escopeta y cargarse a toda su familia. Y el juicio de Argentina creo que está a punto de repetirse por segunda o tercera vez.

 

Y ahora les aporto -spoilers incluidos-  un título: “El asesino improbable”. El primer ministro sueco, Olof Palme, es asesinado en compañía de su mujer a la salida de un cine. Treinta y cinco años ha tardado la policía de Suecia, ese paraíso de la eficacia a ojos del españolito medio, en descubir que un anodino publicista acabó por una suerte de ganas de notoriedad o de complejo de inferioridad  con la vida de un dirigente mundial. La zona donde muere no se acordona, llegan antes las plañideras con ramos de flores y las velitas que los policías, no se moviliza a los agentes más avezados porque era de madrugada y esta feo despertar a la gente a partir de las diez de la noche mientras que el meritorio de turno garantiza prontos resultados, que no llegan hasta junio del año pasado. El magnicidio tuvo lugar en 1986. Un pobre yonqui que pasaba por ahí murió cuatro años después con la etiqueta  de principal sospechoso de la muerte de uno de los grandes estadistas del siglo XX….

Detectives del sofá