jueves. 25.04.2024

Dislexia

Cuando eres niño no sabes si eres especial, pero sí que eres raro. Eres capaz de memorizar dioses griegos, resultados de fútbol de una liga entera o acordarte de escenas de películas aptas para gente que tiene como mínimo cuatro o cinco años más que tú. Pero te aburres, te pones a pensar en las musarañas y el fracaso escolar se convierte en compañero de viaje. Un suspenso, otro, y al mes siguiente. "Con lo listo que eres para algunas cosas" empieza a ser una cantinela habitual en tu vida.

 

Tienes la suerte de caer en una familia en la que la palabra psicólogo no significa perdición ni infierno. Tienes la suerte de que alguien empatice lo suficientemente contigo como para que aprendas a escribir con espacios entre palabras a los nueve o diez años, para hacerte comprender que no eres menos que nadie. Gabriel García Márquez nunca supo como se las apañó su mujer para que nunca le faltaran 50 folios mientras escribía "Cien años de soledad".  Yo nunca supe como lo hacían mis padres para pagar un psicólogo a mediados de los ochenta.

 

Creces, pero sigues siendo diferente. Te das cuenta de que el cálculo mental es una tortura atroz, que tienes que pararte un segundo a pensar antes de situar algo a la izquierda o la derecha y de que tu proverbial despiste, "con lo listo que eres para algunas cosas", te va a acompañar siempre. Un día, te sinceras delante del espejo y llegas a la concusión de que es mejor confiar tus desplazamientos de por vida al coche ajeno o al transporte público; más vale la incomodidad de estar pendiente del horario del próximo autobús que una duda fatal entre derecha o izquierda en un cruce de carreteras. Sigues acordándote de cosas inservibles en tu día a día, pero no eres capaz de recordar qué cenaste anoche.

 

Con lo listo que eres para algunas cosas, te encuentras con que eres un perfecto desastre para cuestiones esenciales. Te sorprendes buscando el teléfono móvil como un descosido mientras hablas por él, te preguntas por qué eres incapaz de que tu mesa de trabajo o algo tan privado como tu armario no sean una leonera y hasta te indignas cuando alguien te recuerda que no has dejado de moverte desde que te sentaste en la silla y te pregunta si estás nervioso. Piensas en voz alta, te aturullas al hablar las más de las veces y te pones por 35ª vez en tu vida a escribir el libro que siempre has soñado y que "ya dejarás para mejor ocasión". Pese a todo, en algunos momentos te valoras y llegas a la conclusión de que no has conseguido poco. Son las menos de las veces: tu autoestima suele ser baja y te acostumbras a ello.

 

Un mal día, se muere Pau Donés. Y un titular habla de lo dura que ha sido su vida: muerto prematuramente, fracasado en sus relaciones conyugales, sufrió el suicidio de su madre en la adolescencia y, encima,  era disléxico. Llegas a la conclusión de que a los medios nos falta sensibilización e información, a los raritos o disléxicos visibilizarnos más y sientes que tienes la necesidad de escribir parrafadas como esta.

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