viernes. 19.04.2024

El fin del mundo ya no es lo que era

Millones de personas hemos crecido a lo largo de la historia planteándonos como será el fin del mundo. En función de como tengamos el cuerpo, imaginamos una guerra nuclear en la que no quede ni el gato, las trompetas celestiales taladrando cualquier oido y cada uno de nosotros pasando por caja ante el Dios celestial o un meteorito que venga del quinto universo y pegue un zambombazo lo suficientemente grande como para que ningún banco cobre la hipoteca.

 

Luego, aquello de como nos gustaría que nos pillase el fin del mundo: si haciendo el amor como si no hubiera un mañana (en puridad, no lo habría), escuchando nuestra música favorita, comiendo y bebiendo hasta reventar,  abrazados a nuestros seres más cercanos, durmiendo, o rezando a Dios para que se apiade de nosotros.

 

Hubo muchas personas que el pasado lunes por la noche creían que había llegado el momento. Tres ráfagas de fuego cruzaron el cielo justo antes del solsticio de verano. Nostradamus puro y duro: de este te puedes creer cualquier cosa, porque cualquier asunto cabe en su colección de ambiguedades que, no obstante, incrementan el consumo de papel higiénico en función de cada lectura.

 

Ni siquiera eso. El fin del mundo estaba anunciado desde las siete de la tarde, y ni tan siquiera eran los marcianos de La Guerra de los Mundos sino basura espacial china. No suena muy glamouroso; si esto se va a acabar, ¿qué menos que un par de arcángeles tocando las trompetas?. No: basura espacial china. Ni nos estaban bombardeando, ni nos estaban tirando cincogé para que las élites dominen el planeta (ahora, sabido es, lo controlan los repartidores de pan) ni el de arriba bajó aunque fuera en pijama. No. Basura espacial china. Pabernos matao, primo.

 

Ya nada es lo que era. Ni el final del mundo ni el día a día. Ni la pandemia nos hizo mejores, ni salimos de esta más fuertes. A aquellas que dimitirían ipso facto ante la más mínima sombra de mácula les han hecho falta horas de hemeroteca,  vídeos de bailes con menos ritmo que un sueco por soleares -señores políticos, de cualquier partido: sabemos que son muy salaos, pero AHORRENNOS EL BAILE, por favor- y un registro policial para hacer las maletas. Eso si: todo en lucha contra el fascismo, por el proletariado (al que ahora, parece, pertenecían Elcano y el Cid: esos perroflautas); nada que ver con una sentencia de cuatro años por abusos a menores en su departamento, no: todo es lucha contra el fascismo. Mientras alguna otra se encomienda a los designios de Dios para ver si ejerce como diputada en Madrid o en Sevilla mientras termina de ubicar Salobreña en el mapa y en Moncloa no quieren saber nada de lo ocurrido de Despeñapedros para abajo. Ni siquiera el pobre Sísifo acabará de subir su piedra: la llevamos en pequeñas partes alícuotas dentro de las chanclas esas de rayitas azules que compramos en el verano de 2007 cada uno de los bañistas del Chorrillo y La Ribera. 

 

El ensayo de apocalipsis, por tanto, se asemeja bastante a esta pesadez de fin de los tiempos.  Basura espacial china. El mundo no se está acabando con un aleluya y las almas impías derechitas al infierno,  sino a pellizcos y de aburrimiento. Un soberano tostón: lo de Welles y Nostradamus, al menos, acojonaba...

El fin del mundo ya no es lo que era