jueves. 25.04.2024

El perro no es el culpable

Imaginen un cachorro de perro. El más peluchito y que más ternura le produzca. Supongamos que lo soltamos en un monte. Sin mantita para dormir por las noches. Sin comida ni agua. Sin nadie que acuda a sus ladridos de pena y soledad. Ese animal tiene, desde ese momento, tres opciones, si es que su prodigioso olfato no le lleva de nuevo al hogar: morir atropellado o desnutrido, ser acogido por una familia o protectora o  hacerse salvaje y sobrevivir. Morder o asustar a los humanos. A los demás animales. Matar para comer. En este tercer supuesto, sería un peligro para toda la sociedad. Pero ¿sería el culpable el animal, que a fin de cuentas sobrevive como puede, o por el contrario lo sería el que lo abandonó a su suerte?. Creo que la 'opción b' sería la unánimemente escogida.

 

Ahora hablemos de humanos. Y de la selva más salvaje: cualquier ciudad. Pensemos en quienes duermen en cajeros automáticos, en banco. Malolientes, desnutridos. Sin control. Por una enfermedad mental o por un resquicio tan garantista en la legislación que para proteger a los menores les deje campo abierto a dormir en una escollera. Esnifando pegamento. Soportando mil vejaciones como las que relataba mi admirado Mohamed Chukri en "El pan a secas", tan duro como imprescindible. Sabiéndose despreciado, sin futuro. O viviendo en un mundo paralelo y distinto al de la realidad.

 

¿Son ellos los culpables?. Esa es la pregunta que honestamente tenemos que hacernos. ¿Sería necesario poder recluirlos, aún perdiendo su libertad, para garantizar su integridad física y moral?. ¿Se vive mejor durmiendo al aire libre o en un centro con tres almuerzos, higiene y medicación garantizados?. Si a nadie se le ocurre dejar a su hijo a altas horas de la madrugada solo en la calle ¿por qué no puede hacerse lo mismo con los que se supone son hijos de todos?.

 

Creo que la democracia tiene cuatro pilares fundamentales: propiedad privada, presunción de inocencia, sufragio universal y libertad individual. Pero creo también obligado abrir el debate sobre hasta que punto, esa libertad individual cuando no se está en pleno uso de facultades puede ser tan perjudicial como apagar un incendio con aceite de oliva. No se trata de borrarlos para siempre, de que no den "mala imagen". Se trata de ayudarlos. No se trata de volver a las camisas de fuerza ni engrilletar a niños detrás de una celda; se trata de recursos. Doy fe, conozco ejemplos, de que hay mucha gente capaz de salir del mundo de las sombras con el apoyo necesario. Doy fe, conozco ejemplos, de que hay menores estupendos, que quieren ganarse la vida y sienten tanto cansancio como cualquiera de nosotros tras cada atraco, tras cada agresión salvaje. Dicho esto sin quitar un ápice de gravedad a hechos que se viven en nuestras calles, y que nos deben llevar a empatizar en primer término con las víctimas. 

 

Pero si algún día mis políticos nacionales son capaces de ponerse de acuerdo para formar algo parecido a un Gobierno -a día de hoy, el sentido de Estado parece una utopía- , les rogaría que reflexionasen sobre el asunto. Mañana podemos ser nosotros, o cualquiera de los nuestros, los que tengan con el alma en vilo a toda una ciudad.

 

Y no: no me pienso llevar a nadie a mi casa.

 

El perro no es el culpable