miércoles. 24.04.2024

Es su turno

Conozco a Pedro Mariscal desde el momento en que yo era un imberbe, ajeno al mundo cofrade y que no había hecho la mili, al que le encomendaron en su primer trabajo hacerse cargo de los temas relacionados con la Semana Santa y el Ejército. En ambos dos campos andaba Mariscal, y no puedo negar que surgió una afinidad que ha ido creciendo con el paso de los años. Le llegó el momento de la jubilación, y decidió llenar su tiempo con algo a lo que le alentaba la fe que nos es común y que, en nuestro caso, sólo el practica. Ya he dejado escrito mil veces que no creo en Dios sino en Cristo y este dejó claro que había que alimentar al hambriento y dar de beber al sediento.

 

Recuerdo aquella mañana en la que me habló por primera vez de algo que se llamaba Banco de Alimentos. Tantas horas de conversación que me ayudaron a hacer un retrato robot del pobre del siglo XXI. No es necesario que duerma entre ropas roidas, en un cajero automático y con un cartón de vino barato. No. El pobre de nuestros días pueder ser su vecino; aquel al que ve por las mañanas salir correctamente aseado a su puesto de trabajo pero al que la crisis le hizo un quiebro insuperable.

 

De aquello comenzó a surgir una pequeña colecta, otra, más voluntarios, hasta convertir al de Ceuta en la joya de la corona de los Bancos de Alimentos: el que todos los años encabeza la recaudación más amplia de España en proporción al número de habitantes. Y recuerdo que, año tras año, siempre tiene algo que contarnos. Y como fue involucrando a amigos suyos, u otros jubilados que querían hacer algo útil con el tiempo que les dejaba su bien ganado descanso. Y como, cada final de noviembre, nos hemos acostumbrado a decir que lo han vuelto a hacer. Qué hemos vuelto a recoger sesenta y pico mil kilos de alimentos. Y una frase que nos hemos dicho en cantidad de ocasiones: los pobres también lo son antes del 14 de diciembre y después del 7 de enero.

 

Grano a grano, ladrillo a ladrillo. Desde la compra más dadivosa hasta el más humilde paquete de azúcar. Desde la marca más exclusiva hasta la blanca del supermercado. Sin distinción de credos (sólo creo en una raza: la humana) ni nivel de vida. Da igual que usted viva en un loft en el Paseo del Revellín o en una humilde vpo en Loma Colmenar o Los Rosales. Todos podemos aportar algo.

 

Esta es la filosofía. Y lo han conseguido: al Banco de Alimentos, laico por definición pero nacido en Ceuta al albur de rezos en unas parroquias, se asocian entidades de todo tipo. Lo he dicho en privado y lo repito por aquí: ojalá entidades como estas no fueran necesarias, pero hasta que llegue ese día son imprescindibles. Y si, pienso que si el latrocinio no hubiese sido deporte nacional en este país, tal vez no estaríamos en estas. Pero cada botella de aceite, cada caja de leche es en si un mensaje, una reivindicación a urdangarines, gurtélidos, eresqueeres,  puteros con tarjeta black, nietos del Avi Florenci  y demás fauna por el estilo. Nos habéis quitado mucho, si, que no nos devolveréis. Pero somos mejores que vosotros, en Ceuta y en todo el país, y lo vamos a demostrar de nuevo. Para nuestro alivio y vuestra eterna vergüenza.

 

Usted, lector, tiene todo el fin de semana. No falle. Es su turno.

Es su turno