jueves. 25.04.2024

Francia: la consecuencia

Todas las democracias occidentales han vivido, desde el final de la II Guerra Mundial, en un eje pendular, entre la derecha (bien fuese liberal o democristiana) y la izquierda. Una izquierda que se fue alejando cada vez más de la influencia de la URSS (Berlinguer demuestra, aquí, que se puede ser un hombre de Estado sin pisar jamás un despacho de ministro) y acercándose a postulados más 'modernos', como pueden ser el ecologismo, la laicidad, el feminismo o la solidaridad con el Tercer Mundo.

 

Sin embargo, en los últimos años todo ha saltado por los aires. El mundo, y principalmente Europa, ya no elige entre derecha o izquierda. Lo hace entre formaciones  qué,  si no son antisistema, tienen serias dificultades para disimularlo y lo que queda de los partidos que se han alternado en las últimas décadas en el poder. Estos, además, suelen ser de derechas, con lo que el votante clásico de izquierdas se ve obligado a escoger entre el 'susto y muerte'. Es decir, entre la derecha más o menos moderada a la que siempre combatió o la derecha de más allá de la derecha.

 

No son fenómenos aislados, y no son pocas las previsiones que han saltado por los aires en los últimos años. La parodia de los Simpson en la que un Donald Trump saliente de la Casa Blanca dejaba al país en quiebra se hizo realidad el pasado año, con un asalto al Capitolio que bien podría haber firmado Matt Groening. Por desgracia, era real. Un pintoresco personaje se puso al frente de un movimiento antieuropeo que acabó con la salida del Reino Unido de las instituciones comunitarias y en países como Italia (Roma Clásica, la tierra de De Gasperi o Moro), Grecia o Portugal, la derecha extrema gana adeptos. Alemania vive al borde del susto, sobre todo en elecciones regionales, cada vez que llegan unos comicios. A Austria, en este contexto, permitan que ni la mencione, conociendo la historia....

 

Incluso países fuera de la órbita europea y con una fuerte tradición de Gobiernos de izquierda como Brasil o Israel han girado a la derecha más  dura en los últimos años. Chile, la estable Chile, no ha resistido tampoco el empuje de la denominada 'nueva política'. Tampoco México: Andrés Manuel López Obrador, el que recomienda besar una estampita contra la COVID, dirige el gigante norteamericano.  En España, hasta la irrupción de VOX y Podemos como un elefante en una cacharrería en los últimos diez años, parecíamos la irreductible aldea gala. Pero como en el fútbol más clásico y vertiginoso, el partido aquí también se juega en los extremos. También en cuanto a la concepción del Estado: el sentimiento republicano en el total del país y el de independencia entre buena parte de la población de Cataluña y País Vasco ha existido siempre, pero desligar su ascenso de estos años de histeria sería de género tonto.

 

Pero ¿qué está pasando?. Porque lo que cabe ahora no es lamentarse del qué sino preguntarnos el porqué. Y me voy ahora a Francia. Ninguno de los dos candidatos de los partidos tradicionales pasa a segunda vuelta, por segunda vez consecutiva, y la imagen de un gobernante de extrema derecha en el Elíseo no es de un cómic de Alan Moore (por cierto, ¿cuando le darán el Nobel de Literatura a este señor?) , sino algo más que probable en los próximos años. A Marine Le Pen no la han votado los franceses de clase alta, de chalecito en Niza y vienda lujosa a orillas del Sena,  aquellos a los que el mayordomo de Serrat molestaba con un "Disculpe el señor". No. La mayoría de los mileuristas han depositado su confianza en la presidenta del Frente Nacional, según un sondeo de Ipsos. Este señala, igualmente, que los empleados dan el 57% de los votos a Le Pen y entre  los trabajadores de manufactura el porcentaje asciende al 67%. Y ojo: dos de cada diez votantes de Melenchon, de la extrema izquierda, prefirieron al Frente Nacional a Macron, teóricamente más cercano a sus propuestas. Le Pen gana, también, en suburbios llenos de inmigrantes, de segunda o tercera generación. Es decir: el votante de izquierdas no 'presta' su voto a la derecha moderada para evitar a la derecha más extrema. Es que esta obtiene su mayor calado de votantes en los cinturones urbanos e industriales. 

 

¿Es una moda pasajera?. Rotundamente, no lo creo. Es más: me atrevería a fijar una fecha de inicio. 2007. Quiebra Lehman Brothers, quiebra Fanny Mae y medio mundo se va al carajo. Negocios cerrados, empleos destruidos, derechos cercenados. Gobiernos inyectando dinero a la banca mientras los banqueros celebraban los rescates en casinos de Montecarlo. Gente que lleva con el salario congelado desde hace años, y que ha interiorizado que vivirá peor que sus padres, que su casa y su trabajo valen menos que hace quince años, y que sus hijos vivirán aún peor. ¿Como se llegó a aquella quiebra?. En parte, buena parte, por la falta de control de operaciones financieras tan complejas; esos cómodos plazos de felicidad que cantaba Pablo Guerrero supusieron una estafa ante la que, los que habíamos votado para que nuestra vida fuese más cómoda, no supieron -en el mejor de los casos- hacer nada o directamente, miraron para otro lado. La irrupción de las redes sociales, de los movimientos woke, del periodismo 'ligerito' y de consignas y la corrupción sistémica han hecho el resto. El cada vez menos sentido crítico en los currículos educativos no ha ayudado tampoco. Y un consejo, gratis y si lo quieren,  a los estrategas políticos encargados de elaborar el discurso del 'miedo a la extrema derecha': nunca se bebió tanto en Estados Unidos como cuando en los años de la Ley Seca se recordaba que estaba prohibido beber...

 

El mundo era feliz. Luego, despertó...

 

Francia: la consecuencia