viernes. 26.04.2024

Braunau, Gori, Predappio

Lo hablaba el pasado fin de semana con algunos visitantes venidos desde la Península a Ceuta: impresiona más el crimen, el mal, el asesinato a sangre fría cuando ocurre en un sitio pequeño. De haber ocurrido, por ejemplo, el crimen de Alcasser -terrrorismo y trincheras al margen, el hecho más traumático de la historia reciente de nuestro país- unos cuantos kilómetros al norte, se hablaría de las niñas de Valencia y aquel pueblo seguiría siendo tan anónimo y desconocido como cualquier otro. Una periodista de aquellos pagos que anduvo un tiempo trabajando en Ceuta me decía que nunca mencionaba a su pueblo porque siempre le acababan preguntando por aquellas tres jóvenes que siguen suponiendo un recuerdo tremendamente doloroso para la memoria colectiva de España.

Es lo mismo que ocurrió con Santomera o Puerto Hurraco; incluso con capitales como Almería o Cuenca. La historia de un país es la historia de sus crímenes, decía con acierto la introducción de aquella estupenda serie de televisión. El estigma, sin embargo, no parece reservado a las grandes capitales: tal vez algunas calles como Vallecas, Fuencarral o el Eixample barcelonés si nos lleven a un lugar oscuro de nuestra memoria. Tan grande puede llegar a ser el trauma que algunas localidades -Casas Viejas- cambiaron su nombre tras un hecho que, si bien no entra exactamente en los parámetros del crimen, si fue igual de traumático.

Hace también relativamente poco hablaba con otra persona sobre cual había sido la persona más importante del siglo XX. Mi interlocutor me decía que sentía caer en el tópico, pero el andaría entre Gandhi, Picasso, John Lennon, Chaplin o Elvis Presley. Yo, sin embargo, les mencioné a los hijos más ilustres de las localidades nombradas en el título.

Porque, no nos olvidemos, por desgracia es el mal y la lucha contra el lo  que ha moldeado siempre el curso de la historia. Por evitar caer en garras como los tipejos que mencionaré más abajo, surigeron las Naciones Unidas o el Estado del Bienestar en Europa; se hicieron eternos y enormes compatriotas como Juan Pujol, Angel Sanz-Briz o Eduardo Propper de Callejón y todo el mundo ha vuelto a tener presente el riesgo que supone lanzar una bomba nuclear contra una población, armada o indefensa. Del mismo modo que de un asesino en serie como Juan Calvino y sus tres mil muertos en la hoguera por discrepar o robar, surgieron el capitalismo y la rentabilidad económica (todo prohibido menos rezar; en una sociedad agrícola como aquella, con algo había que desfogarse y el trabajo no era pecado) que luego inspiró buena parte de la Constitución norteamericana, la configuración de nuestro mundo y sociedad hubieran sido otras si Adolf Hitler (Braunau, Austria, 1889) y Iosif Stalin (Gori, Georgia, 1878) nos hubieran hecho el inmenso favor de no haber nacido nunca. Los alcaldes de las poblaciones mencionadas en el renglón anterior se reunieron hace algunos años en un seminario y ambos coincidieron en señalar la "pesada losa" que suponía para sus localidades haber sido la cuna de  esos hijos de mala madre. En aquel seminario estaba el regidor de la localidad italiana de Predappio, que parió a otro que tal: Benito Mussolini. Este si dió con la clave, a mi entender, en aquel encuentro celebrado hace más de una década: "No podemos ocultarlo. Es una etapa más del Siglo XX". Y tantos otros topónimos...

Recordaba aquello en el lugar, hoy desierto, que en su momento ocupó el mástil del Cañonero Dato: "lo que había antes aquí se podía ver; ahora hay que imaginarlo", dijo alguien con sumo acierto, "con el peligro que ello conlleva". Nada sanará las heridas del pasado, sino un recuerdo sereno y estudioso del mismo. Y alejado de las vísceras y el romanticismo: hubo un Guernica, como un Cabra; hubieron unas sacas como hubo unas checas;  hubo un Calvo Sotelo como hubo un Sánchez Prados y hubo un Antonio Escobar al que todo el mundo olvida, empezando por su propio pueblo -este- que ni siquiera recuerda con una mísera placa el lugar donde nació el hombre que personifica mejor que nadie la tragedia de aquella España enfrentada en dos. No es olvidar ni dulcificar; es dejar que no nos lastre el pasado. Y en tiempos de permanente histeria como estos -Aurora Rodríguez Carballeira estaría orgullosa de algunes--, olvidar que tras que prenda la mecha viene la explosión es acercar la cerilla al cartucho de dinamita. Quien fuera un reputado reportero de guerra y hoy contertulio friki, me decía una vez que "no hay nada de romántico en las guerras. Son hombres contrahechos llorando como el niño que se aferra al pecho de la madre. La guerra es dolor, es muerte, es hambre, es herida, es miedo, es sed, es traición por sobrevivir".

Aunque, para superar definitivamente aquello, quizá habría que definir de nuevo que es el pasado y que no: lo de hace un siglo hay que tenerlo, al parecer, presente todos los días. Lo del hijo de Isaias Carrasco, último político asesinado por ETA  hace quince años denunciando que tras la muerte de su padre vino el 'bulling' y el vacío social, pasado a superar. País...

Braunau, Gori, Predappio