viernes. 19.04.2024

Infancias robadas

No conozco a nadie con medio dedo de frente que no esté, al menos, interesado por el cambio climático. Siquiera por la matraca con la que medios de comunicación, políticos y lobbies estamos empleándonos en los últimos años, siquiera porque realmente estemos ante la amenaza más seria a la que se enfrenta la humanidad o porque sea una trola de proporciones bíblicas. O también por ese miedo que siempre ha tenido la humanidad de dejar a sus hijos un mundo peor que el que heredaron.

 

Particularmente, y sin tener ningún dato empírico de mi propia cosecha, mis sensaciones me dicen que esto del cambio climático va en serio. Que el ser humano es depredador por naturaleza y, especialmente, dañino para su propio hábitat. Dicho lo cual, persiste como siempre el dinero como gran actor entre sombras. Y no es un discurso anticapitalista: todos queremos energía verde, si, pero los costes de producción son elevadísimos. Y más en España, un auténtico solar energético que importa petróleo de zonas tan estables como el Golfo Pérsico o Venezuela, el gas de Argelia y paga un pastizal por almacenar basura nuclear allende los Pirineos. Y es una cuestión de dinero, también, por un concepto: ¿es mejor la subvención o la desgravación fiscal?. ¿Tenemos tan poco tiempo cómo para encarecer productos, se quiera o no, vitales para el funcionamiento de nuestro país como el diesel hasta el punto de poner en un aprieto a fabricantes y conductores?.

 

Dicho lo cual, dejo sólo preguntas, porque carezco de respuestas. Y esto, que puede parecer una actitud lógica ante la vida en general y el asunto en particular, es cada vez menos frecuente. Lo fácil, lo molón es coger a una pobre chica, hacerle creer que es el centro del universo y pasearla como un mono de feria por allá cuantos foros ecológicos existan. Me pregunto donde quedan los derechos del menor -a fin de cuentas, Greta Thumberg lo es- cuando se está construyendo un juguete roto. A ver cómo se le explica a esta irritante suequita, cuando pase de moda, que lo suyo fue una flor de verano, un capricho pasajero y que ahora estamos a otras cosas, a otras Gretas. A ver como lo digiere ella y sus padres, encantadísimos de conocerse.

 

Me contaba Alberto Vázquez Figueroa hace algunos años que el ecologismo es una causa noble, pero no exenta de sinvergüenzas. Hace década y media, la cosa tenía otro rostro visible, no menos robótico pero infinitamente más sinvergüenza que la Thumberg. Se llamaba Albert Arnold Gore: un tipo que quiso ser presidente de los Estados Unidos y que se quitó la espinita produciendo un apocalíptico documental sobre las consecuencias del fenómeno. Gore vino a España, Vázquez-Figueroa concertó una entrevista con el en privado después de un coloquio. En dicha charla, le preguntó por sus intereses en cierta empresa eólica o unas minas de bauxita de su propiedad. A Gore le salió entonces un imprevisto en la agenda, dejando plantado a quien, libro tras libro, lleva décadas aportando fórmulas para hacer este planeta más habitable.

 

Dice Greta Thumberg que le han robado la infancia. Y medio mundo le ha comprado el discurso, cómo ocurriera a principios de los 90 con aquella niña que denunciaba el horror de Sadam Hussein y luego resultó ser hija de un diplomático kuwaití. Puedo perdonarle su entusiasmo, su empecinamiento en tener la verdad absoluta, propio de la pasión de los 16 años. Pero esto no. No hace ni tres años que medio mundo se hizo unas fotos con cara circunspecta pidiendo que "nos devolviesen a nuestras niñas". Fue el único y vergonzoso gesto de Occidente ante la canallada de Boko Haram de secuestrar a un puñado de escolares para servir de cocineras y refugio sexual a esa panda de hijos de puta (sin perdón). Nada: unas fotitos, un hasgstag molón en Twitter, y a otra cosa, que ya hemos cumplido. Nunca más se supo de aquellas pobres, ni de aquellos estudiantes mexicanos asesinados durante la Presidencia de Peña Nieto. A esas infancias robadas no hubo nadie que fuese a buscarlas en coche eléctrico.

Infancias robadas