viernes. 19.04.2024

La memoria colectiva

El no sabía quien era yo, pero yo si quien era el. Venía hace unos meses a los estudios de Ceuta Televisión en su calidad de un equipo de fútbol sala juvenil campeón de Andalucía, pero al ver entrar a Rachid Ahmed  mi mente retrocedió veinte años en el tiempo. A aquellos adolescentes que ingeniábamos mil tretas para colarnos entre centenares  en La Libertad y verle haciendo mil diabluras contra el Interviú, Barça o CajaSegovia de turno.

 

Viene a colación ese "instante groupie" momentos antes de empezar la entrevista porque entonces pensé en el riesgo de que muchos jóvenes se lo estén perdiendo. No a Rachid, que hace tiempo cambió la pista por el banquillo, pero si a la memoria común. A aquello que trascendía las paredes de los templos para ser propiedad de todos. A aquel Hadú, nervio central de Ceuta,  que languidece entre la crisis, el abandono y el recuerdo de haber sido la principal calle comercial de Ceuta.

 

El modelo de convivencia / coexistencia de Ceuta es válido. Hemos superado, con más costumbre que planificación, algunos episodios que ahora motivan sesudos analisis allende el Estrecho. Pero ahora mismo el pegamento social parece despegarse. Desde el momento en que la religión dejó el ámbito privado para estar cada día más presente en las calles. Desde el momento en que la identidad común va reduciéndose al núcleo familiar y laboral, justo cuando más opciones tenemos para abrirnos al mundo. Desde el momento en que la generalización, ese terrible error, invade las redes sociales y los comentarios "anónimos".

 

Escribo esto sin alarmismo, pero con la esperanza de que sirva para hacer reflexionar a alguien. A quien corresponda. Esto va de que desterremos el nosotros y ellos del debate político, que ha ofrecido algunos capítulos vergonzantes a lo largo de los años,  y que dejemos el victimismo guardado como las mantas en agosto.

 

No se trata de la arcadia floreciente de paz y amor que a veces se vende sin existir. Se trata de mantener lo logrado, que no es poco ni fácil. No es renunciar cada cual a su identidad, sino entender que cabemos todos. Esto no va de progresismo; va de laicismo. Va de que las generaciones de mañana tengan recuerdos, como aquellos regates de Rachid  o el gol de Pepe Almagro en Girona, que les emocionen como ceutíes y no como cristianos, musulmanes, hebreos o hindúes. Es posible, salvo que haya gente de cualquier lado empeñada en agitar el río. No se si ganará algún pescador, pero de seguir así lo más probable es que el agua acabe saliendose del cauce. Que nos inundemos, vaya.

La memoria colectiva