sábado. 20.04.2024

Los ángeles de Kabul

En las horas más lúgubres, siempre aparecen gestos heróicos. En aquel Budapest de 1944, un funcionario español tuvo conocimiento del destino de los trenes cargados de judíos. Era el encargado de negocios de la Embajada española en Hungría, y por estas cosas del destino, se puso al frente de la legación española a orillas del Danubio.

 

Ángel Sanz-Briz fue consciente de que a esas personas que salían en trenes hacia algún lugar les esperaba la muerte. Retomó una vieja ley de Miguel Primo de Rivera -el padre de la criatura- que reconocía la nacionalidad española a los hijos de los sefardíes. Alquiló algunas oficinas anexas a la Embajada española y recorrió Budapest gritando dos palabras: "España, España".

 

Localizó, en efecto, a unos pocos sefardíes. Que luego tenían hijos, y familiares. Y amigos. Al principio, trataba de ajustar las cosas a la Ley. Finalmente, con que cualquier persona supiera señalar España en un mapa, 'colaba' como sefardí. Y si no sabía señalar España en un mapa, se le guiaba el dedo. Resultado: Oscar Schlinder salvó a 3.000 personas de una muerte segura. El Ángel de Budapest, a 30.000. Su hija, Ángela, me contaba hace algunos años como su padre mantuvo aquello casi en secreto, sin darle más importancia de la debida. Murió siendo embajador ante el Vaticano, en 1980.

 

Sanz-Briz -uno de los grandes héroes españoles de aquella época, como "Lalo" Martínez Alonso o Eduardo Propper de Callejón, abuelo de Helena Bonham-Carter, entre otros- no vivió lo suficiente para ver como su tarea titánica gozaba del reconocimiento universal. Prácticamente, el primer acto diplomático una vez que España e Israel establecieron relaciones a finales de los 80, fue honrar su memoria. Fue declarado Justo entre las Naciones. Para entonces, llevaba casi diez años muerto.

 

Hoy, la misma oscuridad se ciñe sobre un país lejano, Afganistán. Y en toda noche, siempre hay alguien que enciende una antorcha. Hoy, como hace ochenta años, miles de personas se aferran al grito de "España, España" como clavo ardiendo para sobrevivir. Un grito que estremece el alma.  Hoy, como hace ochenta años, el mundo se mira al espejo horrorizado ante las consecuencias de haber dejado hacer a la barbarie. Hoy, como hace ocho décadas, es demasiado tarde para miles, pero otros tantos tendrán una oportunidad. Pero, a diferencia de hace casi un siglo, espero que dos personas en concreto no tengan que iniciar el  camino irreversible para que este país les  reconozca, en vida, su tarea a Gabriel Ferrán Carrión o Paula Sánchez; embajador defenestrado y segunda responsable en Afganistán, que permanecerán ahí hasta que salga el último español. Pudieron escapar de los primeros, pero han elegido el deber a su bienestar. Ellos, junto a nuestros últimos soldados en aquel confín, merecen ser conocidos desde ya como los ángeles de Kabul.

Los ángeles de Kabul