viernes. 29.03.2024

Marujas y cuñados

Las escenas que les cuento son reales. El bulo del famoso secuestro del Juan Morejón derivó en que dos horas después del supuesto rapto de un menor en el Colegio en el que cursé mis estudios de Primaria, alguien comentara que el cadáver decapitado de la niña había sido encontrado en el parking de un supermercado en Tetuán. Con una coletilla que convierte cada verdad en absoluta: “Me lo ha dicho mi hermana, que el marido conoce a uno que es guardia en la frontera”. Es decir: cuando ya los medios de comunicación habíamos constatado que aquello, felizmente, no era más que un bulo, yo tuve que tragarme que una señora me llamase mentiroso tras tratar de corregirla. Y creerme su versión: era perfectamente posible que alguien secuestrara a una niña, pasase la frontera, llegase a Tetuán previa parada en cualquier descampado para degollarla a plena luz del día, fuera detenido por la policía marroquí en el garaje de un centro comercial y, por supuesto, se enterase el guardia de la frontera que es amigo del cuñado de la señora. Todo ello en dos horas y media y en dos países diferentes. Al carajo Mulder y Sculy, el CSI, el Mentalista, Colombo y Jessica Fletcher. La “mary” que compraba golosinas y su cuñado, el que tiene un amigo que es guardia en el Tarajal, son los que valen.

 

 

 

En el mismo establecimiento comercial donde ocurrió eso, bajé unos años después como de rutina a comprar lo de siempre una amarga mañana en la que trataba de digerir un brutal asesinato que había conmocionado a Ceuta. Una señora, a la que también supuse de clase medio alta, insistía en que “yo ya sabía que esto iba a pasar”. Cuando me giré y le dije que si lo sabía podía ser cómplice de un delito por no avisar a la Policía Nacional o la Guardia Civil, a mi estanquera habitual se le cayó el cambio al suelo mientras la otra trataba de justificar sus palabras. “Hombre, saberlo, saberlo, no mirusté. Es que ese muchacho tenía un estilo de vida... usted ya sabe ¿no?”. Pues no, no lo sabía ni creo que fuera relevante.

 

 

 

Recientemente, en el perfil de redes sociales de uno de los periodistas de investigación más conocidos de este país, una mujer preguntó como podían dormir tranquilos los padres de Miriam, Desirée y Toñi sabiendo que si sus hijas hubieran estado en su casa a “esas horas de la madrugada” no hubiera ocurrido nada. “A esas horas de la madrugada” (sic). Los padres de las “Niñas de Alcasser” empezaron a pensar que algo raro estaba pasando en torno a las 22.00 de aquel fatídico 13 de noviembre. La búsqueda comenzaba a las 01.00 del día siguiente.

 

 

Y así podría seguir hasta el infinito (“es que se visten como putas”, “o el muchacho era buena gente, saludaba y me abría la puerta cuando yo sacaba a mi perro” son dos de mis favoritos), enunciando comentarios de la peor calaña, del cuñadismo más rancio, del marujeo más aburrido. Algo que retrata, y muy seriamente, a parte de la sociedad: busca un segundo de gloria, el silencio ante sus doctas palabras cada vez que hay algo que genera revuelo en el ambiente. Son esa especie de “marujas y cuñados” que lo mismo te arreglan el paro, la crisis de Cataluña, los fenómenos migratorios o evitan cualquier asesinato machista con su impresionante sabiduría. Lo malo es que no les hacemos caso. Y lo peor es que, en el fondo, son lo más asqueroso tras cada muerta, cada violación. Me encantaría que pudiesen decirle eso, mirando a los ojos, a los padres de Jessica Bravo o Marta del Castillo, a la familia de Ana Orantes. O qué pensaran, simplemente, cuanto les hubieran gustado esos comentarios si hubieran sido ellas las que se hubiesen bebido el balcón esperando a la hija que nunca volvió. O si una voz al otro lado del teléfono, identificándose como miembro de la Guardia Civil, les hubiera preguntado si hablaba con los padres de...

Marujas y cuñados