viernes. 29.03.2024

Ni voy ni me quedo

Dijo Albert Camus que amaba tanto a su país que no podía ser nacionalista. Una frase que suscribo a pies juntillas y siento en cada poro de mi piel. De ahí que, sin ambages ni dudas, cualquier intento de romper España, cualquier condescendencia al independentismo si es con el fin de la fractura, me va a tener siempre en frente y en contra. Y no, no me avergüenzo de mi historia, ni de mi bandera, ni de mis símbolos nacionales. España siempre fue, es, y será un gran país. Y me niego a que la agenda política de mi país, de mi Gobierno, esté condicionada a los caprichos de un prófugo -Waterloo me parece una metáfora divina, eso sí- y de unos cuantos presos a los que sí reconozco estar asumiendo las consecuencias y no darse el piro como el Napoleón de Girona. Desde el convencimiento de que nunca estaremos de acuerdo, me parece más digna la actitud de Oriol Junqueras que la del cobarde que huye a predicar moralinas republicanas mientras se vive a cuerpo de Rey. Y sigo sin encontrar un solo nacionalismo que jamás aportase algo de progreso a su país.

 

No siento tampoco ese mal que corroe a este país, el complejo de nosotros mismos. En las páginas de Elvira Roca Barea y su "Imperiofobia y leyenda negra" encuentro sosiego, cierta sensación de no predicar en el desierto cuando pienso que este ha sido, desde siempre, un país igual de bueno o malo que los de su entorno. Me aburre hasta el hastío la ceremonia de autoflagelación con respecto a nuestra Historia. España, que parió en Servet a la libertad de conciencia o a la dignidad en Numancia, siempre será vista por los suyos como un pais inferior, sin masa crítica o incapaz de aportar nada bueno a la humanidad. Si uno reivindica la figura, por ejemplo, de Cristóbal Colón, automáticamente encontrará quien reproche la actitud bélica de los españoles. A excepción de algún tarado como Lope de Aguirre, el resto exactamente igual que los demás conquistadores.  España fue colonizadora, sí, pero también mestiza. Manhattan debe su nombre a una tribu que allí existía antes de que llegaran los holandeses.  Repito: existía antes de que llegaran los holandeses. Y sí, también hubo guerras precolombinas y, a fin de cuentas, de aquello hace ya medio milenio.

 

Por tanto, podría parecer que de estar en Madrid debiera ir a Colón. Pero de estar en Madrid, me quedaría en mi casa. No porque haya caído en la burda trampa tejida por el Gobierno y satélites de identificar fascismo con cualquier intento de oposición a la política del César (perdón, presidente), sino porque tampoco me gusta que haya sectores políticos (PP, Ciudadanos y aquellos de los que no hablamos) que patrimonialicen la bandera de España, mi bandera, como si les perteneciese en exclusiva o que se responda a un nacionalismo con otro. Otras dos frases para terminar: la atribuída a Bismarck sobre la fortaleza de una España que llevaba siglos intentando destruirse sin conseguirlo, y una del ex presidente Figueras en la que me encuentro en esta mañana tanto como en la de Camus. Sinceramente, estoy hasta los cojones de todos nosotros.

Ni voy ni me quedo