viernes. 29.03.2024

No, el problema no es la Monarquía

Aclaración preventiva: si Juan Carlos I tiene que dar un paso hacia los tribunales, que lo haga como un ciudadano más. Ello implica, también, que la condena efectiva la dicte un Tribunal y no una red social, que los cargos los impute una Fiscalía y no una horda de tuiteros y que tenga el mismo derecho que cualquier otro a ser inocente hasta que se le demuestre la culpabilidad de sus actos. Y si de ahí en adelante toca apechugar, sin pestañear.

 

Pero mucho me temo que el problema de España no es la Monarquía. No. No es tan sencillo como eliminar a Su Majestad el Rey de los retratos en las escuelas para poner las del señor Presidente de la República. Si fuese así de simple, como venden algunos con más intención que ingenuidad, hace tiempo la franja inferior de la Enseña habría cambiado del rojo al morado sin traumas ni aspavientos.

 

Hablemos de República o Monarquía cuando no tengamos a nuestros sanitarios al borde del colapso físico y mental, en cada uno de los 18 sistemas que tenemos, donde lo mismo te encuentras con que la plantilla de profesionales envejece sin relevo en Ceuta que en Madrid privatizan hasta los rastreadores. Hablemos de República o Monarquía cuando la única diferencia a la hora de resolver una ecuación de primer grado por tres niños nacidos el mismo día en distintos puntos del país sean sus propias capacidades y no la autonomía donde estudian.

 

Me encantará hablar de República cuando la financiación de los partidos políticos sea transparente por simple: ni un duro más allá de cuotas de militantes, merchandising y lo correspondiente a los votos de elecciones anteriores. Será un placer hablar de Monarquía cuando las obras públicas no permitan más de una subcontrata y se limite el porcentaje de coste sobrevenido en las mismas. El debate puede ser verdaderamente delicioso cuando aclaremos primero para que queremos tantas instituciones que se solapan entre ellas y acaban duplicando gastos.

 

Estaré encantado de hacerlo, cuando haya esperanza de vida digna más allá de los grandes núcleos poblacionales del país. Alcanzo a imaginar la sugestividad del debate si, a la hora de hablar de los extremos, nos preguntamos el por qué antes de asustarnos con el qué: con distinto programa, con distinta estética, pero VOX y Podemos tienen un origen en común. El descontento, el colapso del sistema.Y cuando no relativicemos el mal: probablemente, el Partido Nazi hubiese obtenido un buen respaldo electoral en la Alemania de posguerra. Escribo esto último porque a los herederos ideológicos del, Balcanes al margen, mayor movimiento fascista de Europa de los últimos cuarenta años no solo se les permite presentarse sino que se les da carta de naturaleza para derogar reformas laborales de noche en una escena más propia del tercer gin tonic que de una política de Estado

 

Debatamos sobre Monarquía o República cuando preguntar "con factura o sin factura" equivalga a que se le caiga la cara de vergüenza a nuestro interlocutor. España estará preparada para cambiar de formato en la Jefatura del Estado cuando todos los trabajadores tengamos una calidad salarial cada vez más elevada sin que ello suponga un atraco fiscal a quien genera empleo. Abordemos el debate cuando nuestros ancianos en las residencias no sean tratados como material poco rentable o cuando el aprobado sea una aspiración y no algo garantizado para evitar frustraciones mientras se sigue fomentando una generación de huesos de cristal,  a la que hay que enseñarle que cada derecho lleva aparejado un deber y que el dinero no nace de los árboles. Es la vida, lo siento.

 

Quizá sea el momento cuando entendamos que debemos seguir compadeciendo al delincuente y condenando al delito, pero hay delincuentes que no pueden volver a salir a la calle porque directamente  no son reinsertables. Estaremos a punto cuando no confundamos el laicismo (les confieso mi sueño de  sacar todas las festividades religiosas del calendario laboral y dejarlas a disposición de empresa y trabajador) con la guerra religiosa o el anticlericalismo, cuando no confundamos la crítica con el derrotismo y el patriotismo con la ceguera.

 

Y, sobre todo, tras terminar con todas las Monarquías locales. Desde la Sagrada Familia hasta la amalgama de primos, hermanos y cuñados con más suerte que Carlos Fabra en la Lotería Nacional, ¿cuantos reyezuelos y pequeñas aristocracias encontramos a lo largo y ancho de todo el país?. ¿Cuantas amigas especiales y monarcas amigos de andar por casa han escrito la crónica política de España desde la noche de los tiempos?

 

Estaremos, por último, preparados, cuando asumamos que la Historia debe conocerse, pero con sentido crítico y multidireccional. Porque, por muy cafre que fuera entre otros Lope de Aguirre,  no pienso, como español,  pedir disculpas quinientos años después ni admitir lecciones de calvinistas 2.0 ni de los promotores del Genocidio de Ruanda. Cuando entendamos que el paso tal vez sea necesario, pero los precedentes desoladores: en la Primera dimitió hasta el gato y la Segunda acabó como lo hizo.

 

Entonces, abramos el debate. Hasta entonces, Salud.

No, el problema no es la Monarquía