jueves. 25.04.2024

Padres

A conciencia escribo esto antes del ceremonial de poesías, fotografías y montajes con el que nos inundaremos mañana antes de que llegue el Día del Padre. Los que no subiremos uno de esos, como los que no subimos fotos de la cena de Navidad, la cuna de la Legión o el Día de la Madre, definitivamente, somos la resistencia.

 

Padre, al igual que madre, no es un título que se gane solo con el acto de la procreación. Doy fe, plenamente: desde las pesadillas nocturnas hasta las pérdidas de paciencia, desde sacar fuerzas donde no sabías que las tenías hasta entrar en un supermercado y gastarte el 99'99% en cosas para la prole. Es que tus amigos te hablen del último single de no se quien y acabar recordando que tu 'playlist' se reduce al gallo Bartolito y demás bichos de la Granja de Zenón. Es que mientras el resto del personal mire conciertos de Rosalía, los Rolling o Alejandro Sanz, tu miras si Cantajuegos o Pica Pica cruzarán el Estrecho.  No soy un héroe, no soy el mejor del mundo: simplemente, un padre más.

 

Ser padre nunca fue fácil, pero en estos tiempos uno conlleva esas dosis necesarias de paciencia y ternura con la amargura de saber que nuestros hijos están condenados a vivir peor de lo que lo hemos hecho nosotros. A veces, la dulce estampa de una niña que ha roto a hablar por los codos y te reta a hacer una guerra de cosquillas o te pregunta por 24 vez en cuarenta segundos "por qué" contrarresta la amargura del fracaso de mi generación. La que iba a cambiar el mundo, y lo ha hecho, pero indefectiblemente a peor. Somos más hedonistas, más individualistas, más dados a enfrentarnos con el semejante, al postureo y a la par a la indiferencia con el sufrimiento ajeno. A infantilizarnos. "De esta, salimos mejor", decía alguno. Aún me río

 

La nuestra es una generación que creyó que todo lo tenía -cierto- pero que todo nos correspondía por ser nosotros. Nunca hemos sido conscientes de que los privilegios que tuvimos los miembros de la última generación que se crió mejor que sus progenitores, eran fruto del esfuerzo de miles de personas, que tragaron carros y carretas. Que levantaron un país después de una Guerra en el contexto de dos Guerras Mundiales. A nosotros que no nos pasase nada. Eso de la muerte, el hambre, la peste y la guerra era cosa del pasado, las cosas del abuelo. ¿Sobreprotegidos? Quizá. ¿Desagradecidos, ególatras e inconscientes? Sin duda.

 

Este año, por motivos tan recientes como dolorosos, no es un buen año para el Día del Padre en Ceuta. Ocurrió a escasos metros del Centro Asesor de la Mujer que impresiona cada día a centenares de chiquillos que van al colegio. La misma casa que me impresionaba a mi hace cuarenta años, yendo al mismo colegio, y que yo iba a comprar cuando fuese mayor y cobrase mi primera paga de astronauta, que era a lo que yo creía me iba a dedicar el día de mañana. Un abrazo espontáneo e inocente al volver de aquella locura fue lo que me salvó anímicamente el día. Y el agradecimiento, eterno, a quien me legó esfuerzos y ojeras como guía para la vida. Como el coronel Buendía, nunca olvidaré aquella mañana en que vi por primera vez aquella pared de libros...

Padres