sábado. 20.04.2024

El pintor de bragas

Julio II estaba decidido a que la obra en la que se había empeñado, una Basílica en la colina de El Vaticano,  quedase para la posteridad. Así que decidió ponerse en manos del considerado como mejor artista de la época. Mandó ir a Florencia para llamar a Miguel Ángel Buonarrotti. Sin embargo, este trató con desdén el encargo papal: consideraba la pintura un arte menor, puesto que el era un escultor. Pero el Papa, lejos de rogarle, le hirió en su orgullo. "Bueno, entonces llamaremos a un jovencito llamado Rafael, ya que tu no eres capaz de hacerlo". El Pontífice acertó de pleno en su estrategia. Un niñato, debió pensar Miguel Ángel, no le iba a quitar un encargo papal. Así que aceptó pintar la Capilla Sixtina y 'El juicio final'. Eso si: con una pequeña venganza. La subida a los cielos y las bajadas a los infiernos estarían representadas por personajes que irían o no al averno en función de las fobias del artista. Es decir: si por ejemplo eras un cardenal que le caía mal a Miguel Ángel, ibas a quedar retratado como un personaje que iría directo a las llamas. Y encima, desnudo.

Cuando se percató la Iglesia de aquella diablura de Miguel Ángel, alguien decidió que debía corregir ese entuerto. Entra en escena, entonces, Daniele Ricciarrelli. Discípulo del primero, recibió el encargo de tapar las partes púdicas de aquellos personajes a los que Miguel Ángel había ridiculizado. Ricarelli fue un excelso pintor, pero ese trabajo a medio camino entre el puritanismo y la censura, le valió pasar a la historia con un sobrenombre: El Braghettone. El pintor de bragas. Mientras, Miguel Ángel seguía entregado a lo que él si consideraba como arte. Por ejemplo, el  David que es orgullo de Florencia o el hombre imperfecto: ese Moisés que protege los restos del citado Papa y al que el autor, cuenta la leyenda, maldijo por no haber conseguido que hablara al percatarse de que era lo único que faltaba a su obra.

A veces pienso en el pobre Ricciarelli, que a fin de cuentas fue un profesional que cumplió un encargo. Tanto talento, haber trabajado a la vera de uno de los grandes genios de la historia mundial para pasar a la historia, simplemente, como el pintor de bragas. Como el hombre que dedicó un tiempo curioso a pegar brochazos sobre una de las obras cumbres de la historia de la Humanidad y percatarse de que a ninguno se le viera el yamentiende. Siglos después de aquello, uno no puede evitar sentir cierta ternura por este hombre, y por el lugar que le reservó la historia.

Sin embargo, si alguien pudiera preguntarle al pintor de bragas por lo que hoy ocurre en el mundo -insisto, siglos después- creo que el mismo sentiría ternura y tendría el mismo ataque de risa floja pensando en nosotros que tuvo servidor cuando conoció su historia. Resulta que la obra de Miguel Ángel no puede mostrarse en colegios de Florida porque es pornográfica. No sólo eso: los 'Diez Negritos' de Agatha Christie ya no se llaman así porque puede resultar ofensivo a las personas de piel morena. Por no hablar de que "Tintín en el Congo" es visto como un cómic que no se puede enseñar a los niños, de que El Libro de la Selva se ha convertido poco menos que en material pornográfico para la propia Disniplás -Melchor Miralles tiene un documental que ofrecernos, por cierto- o de que hasta la canción del Cola Cao ha sido modificada para evitar susceptibilidades. Una época en la que las editoras de cómics instan a sus creadores a meter, siquiera con calzador, a personajes negros y transexuales como protagonistas de sus historias de superhéroes. Quien firma esto considera, por ejemplo, que Omar Little es el personaje con más encanto y carisma de cualquier serie de televisión jamás rodada.

Si Ricciarelli hizo aquello contra su voluntad, mis respetos. Si lo hizo convencido, además, de que su viejo maestro era un sátiro sin perdón y que merecía la censura eterna, mi aplauso: siempre admiré a los visionarios. Siglos de evolución para que al final ese Occidente que fue cuna del pensamiento, entre otros gracias a Miguel Ángel, se entregue antes a los argumentos del pintor de bragas que a los del autor de La Creación. O dicho de otra manera más castiza: somos una generación con todo el conocimiento de la historia a golpe de click, pero hemos usado ese poder para volvernos insoportablemente gilipollas.

El pintor de bragas