viernes. 29.03.2024

Tuvieron infancia

A poco que se me conozca, se sabrá que mi cosa favorita en la vida es pasear con el eje central de la misma: mi hija. Sobre todo en un tiempo, como la primavera, en que la luz del día te arroja a las calles y en una edad en la que ella empieza a hacer preguntas que en unos casos te dejan con la boca pegada a la lona y en otras cuesta trabajo contener la carcajada.
Forma parte ya de nuestro costumbrismo, porque aunque es pequeña ya tiene -y vaya si lo tiene- criterio propio. Sabe decirme donde quiere ir en cada momento, aunque no sepa llamarlo por su nombre: aquel edificio en el que estuve un día, al sitio aquel donde le echamos de comer a las palomas, al castillo donde se puede correr. Ella y yo nos entendemos.
En estas andábamos, cuando el pasado sábado me encontré a uno de los tipos más inteligentes con los que he hablado en mi vida. Sin segundas. Era inteligente: la enfermedad mental, y la falta de tratamiento,  le sumergió en un mundo de nebulosa sin retorno, en el que solo caben el y las sombras con las que se pelea y sólo Dios -si es que existe; me reafirmo en la duda en estos casos- sabe que mas..
Otra de mis peculiaridades: el carnaval. Suelo escuchar música mientras trabajo, y ser bastante ecléctico. En este caso,  suena una de las presentaciones de comparsas más duras e infravaloradas de la historia del carnaval gaditano: La Señora. Una mujer meciendo como títeres a quince hombres. La Señora era la droga y ellos sus cautivos en un mundo en el que “por detrás esta la nada y  por delante está la cárcel”. Me sigue impresionando, más de treinta años después, esa desgarrada copla. “Ya no conozco a nadie; solamente a mi cuchillo que se lo robé a mi madre”.... 
A mi antiguo contertulio no pude saludarle; se que hace años que el no conoce a nadie, pero también que ha sido presa de vejaciones en las redes, los grupos de WhatsApp o en la cafetería de la esquina. Como tantos célebres drogadictos, como las prostitutas de esquina y saldo, como tantos y tantos otros.
Una legislación tan garantista les ha fallado. Es algo retorcido del sistema: no se les puede recoger contra su voluntad en un centro, porque la libertad individual es sagrada. Comparto y defiendo esa misma premisa; la hago mía. Pero ¿no estaremos arrastrando, por esa regla de tres, a personas sin ningún tipo de recursos ni apoyos familiares al que acudir?. ¿Es mejor la calle o un centro en el que no haya camisas de fuerza en habitaciones de blanco resplandeciente, sino aseo, medicación y tres almuerzos diarios?.
Mientras ella trataba de camelarme con su enésimo antojo del día, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Ellos también fueron niños. Ellos también fueron la ternura de sus padres, el motivo por el que levantarse de la cama cada día, pensaba. Apreté fuerte su mano y fuimos al encuentro de las palomas. Pero tengamos esto presente cuando vayamos a reírnos no con, sino de alguien  como aquel al que dan por muerto cada tres meses. Sabemos lo que el destino les deparó a ellos. Más ¿tenemos garantizado que no tendrá el mismo regalo para nuestros hijos?.

Tuvieron infancia