jueves. 25.04.2024

Ucrania ¿pero qué esperábamos?

En un ejercicio de vayapordelantismo (copyright Rebeca Argudo) y de cierta honestidad, he de aclarar que yo tampoco tenía ni la menor idea de donde estaba el Donbas, como tampoco había oido hablar de Donestk más allá de los ambientes futboleros. Del mismo modo que ignoraba hace dos años lo que era una PCR o una fajana en septiembre: parte del desprestigio periodístico consiste en hacer entender que sabemos de todo cuando no tenemos ni puñetera idea de la mayoría de cosas. Pese a eso, o precisamente por ello, de mayor sigo queriendo ser opinólogo...

 

Pero sí llevo años detectando que Europa va camino de ser, si es que no lo es  ya, un auténtico parque temático. Porque no había arena de playa bajo los adoquines, los niños sólo cantan unidos en la canción de Perales y las guerras resulta que existían más allá de Netflix. Porque nos hemos olvidado de cuestiones básicas: si quieres paz, prepárate para la guerra, decían los romanos. Hace años, un militar me decía que la mejor manera de evitar una guerra nuclear era que todo el mundo tuviese armamento de ese tipo.

 

Cuestiones básicas como que si no somos capaces de generar  nuestra propia energía, somos dependientes del mismo fulano al que ahora queremos frenar, echándolos de Eurovisión -tome nota el Tribunal de La Haya-, iluminando nuestros parques y murallas con la bandera de Ucrania y, por supuesto, con florecitas y el 'No a la Guerra'. El mismo tipo que suministra el gas a 300 millones de europeos y pone publicidad en las camisetas de nuestros equipos.

 

Asuntos tan elementales como que agradezcamos el privilegio de  haber nacido en el mejor lugar del mundo para vivir, pero no olvidemos que esto no se mantiene por ciencia infusa y tampoco debemos pedir perdón por ello. Mi abuelo comía moscas en la batalla del Ebro, mi madre se crió con el racionamiento, a mi me daban el Bollycao para merendar y ahora estamos a punto de que me prohiban leer a mi hija "Tintín en el Congo" porque puede resultar racista. Al otro lado del Telón de Acero, llevan años armándose, preparándose, soñando con volver a armar un imperio que por otro lado no generó más que miseria, opresión y exterminios. Pero ojo: que igual le prohibimos a Putin viajar a territorio europeo y la final de la Champions será en París -inciso: ¿puede haber algo más cínico que la UEFA y la QatarFIFA- y no en San Petersburgo.  Que estamos muy locos, vaya...

 

La culpa, siempre, es nuestra: por gozar de un régimen de libertades, por tener sanidad y pensiones públicas, por disfrutar del mes de vacaciones pagadas y poder pegarnos una escapada. Por tener propiedad privada, aunque sea a costa de vivir hipotecados durante toda un vida.  Cacaculopedopis, huelgas de hambre en solidaridad con las ranas amarillas del Amazonas, chandal de la RDA y Thermomix al canto. Más duros que el granito.

 

No: no quiero que chavales que podrían ser mis hijos mueran en una guerra fraticida, en un rincón que está a la vuelta del quinto coño. No quiero que mi hija crezca entre restricciones y cartillas de racionamiento, pero sí al menos que nuestros jerifaltes europeos se tomen en serio las cosas. Si quieren que nos los tomemos en serio a ellos y a la propia Europa. Para Ucrania ya es tarde; quizá no lo sea para Polonia, Suecia o Finlandia. Si vamos a sancionar, sancionemos en condiciones. Esto iba en serio, pero vivíamos felices en nuestros cómodos plazos de felicidad...

 

Hace dos años, estuve por última vez en mi primera casa lejos del hogar en el que nací. Ya vacía y lista para entregar a sus nuevos propietarios, me las apañé para fumarme un cigarro y recorrerla en soledad por última vez. Mi habitación de matrimonio, el salón, la ducha donde bañé por primera vez a mi hija... Fui feliz en aquel pisito y me invade cierta nostalgia cada vez que paso por ahí, a pesar de que lo dejé en buenas manos  para vivir una vida mejor y en una mejor casa. Esta mañana, volví a ver aquella ventana y no pude evitar esbozar una media sonrisa. Ni agradecer mi suerte por salir de aquellos metros cuadrados voluntariamente y no por el ruido de los cañonazos.

 

No a la guerra, por supuesto. Pero pongámonos las pilas. Asumamos que vienen curvas; aquello de la sangre, el sudor y las lágrimas, que es menos cuqui pero más realista que el guiardeguorl, guiardechildren. Por mucho que Ucrania gane Eurovisión, Putin no parará aquí. Dicho queda.

 

Ucrania ¿pero qué esperábamos?