jueves. 28.03.2024

VOX o el síndrome del doctor Frankenstein

Es tan viejo como la propia humanidad: divide y vencerás. Francois Miterrand lo sabía bien, hasta el punto de que ordenó dar notoriedad a un 'outsider' llamado Jean Marie Le Pen a principios de los 80. El motivo no era otro que dividir a la derecha y garantizarse cómodas mayorías tanto en el Elíseo como en el Parlamento galo. Pero ocurrió que, como a Victor Frankenstein, la criatura le salió con vida y sentimientos propios. Cuando esto sucede, hay dos alternativas: o el creador, como en la novela, muere matando a su monstruo o bien este sobrevive, como en Francia, a la vida y legado de quien lo ideó.

 

Decir que VOX ha sido ideado desde las entrañas del poder sería atrevido, además de falso. Pero que los socialistas -igual que ocurrió con el PP y Podemos en 2014- creyeron encontrar en el fraccionamiento de la derecha su particular piedra de Roseta no lo sería tanto. En un debate de las Elecciones Andaluzas del pasado año, cuando VOX era aún un partido extraparlamentario, Susana Díaz no paraba de preguntar a "Llamadme Juanma" Moreno sobre si iba a pactar con un partido hasta ese momento irrelevante. Conclusión: doce escaños y su guillotina política. Algo parecido a lo que consiguió Joseph Ratzinger -hombre de envidiable solidez intelectual- con El Código Da Vinci. De tanto pedir que no se leyera, el entonces prefecto lo convirtió en un best seller.

 

Pedro Sánchez salvó los muebles en abril con el miedo a la extrema derecha. Y a fe que lo intentó en estas Elecciones. Pero como a aquel médico suizo que nos legó Mary Shelley, la criatura se le ha ido de las manos. Nada como querer prohibir algo, demonizarlo, para hacerle la campaña limpia e inmaculada de imagen. Y así nos encontramos con que un partido que hace un año solo tenía un par de alcaldes en pueblos de la Castilla profunda por toda representación institucional, se encuentra ahora con 52 escaños y la posibilidad de plantear recursos anticonstitucionales. Que lloverán, como rosquillas. Conclusión: si quiere acabar con la criatura que ahora le aterra, su mejor aliado solo puede ser aquel a quien quiso fagocitar. Pablo Casado.

 

Dejo para el final dos apuntes. Albert Rivera es, políticamente, el James Dean de nuestro tiempo: morir joven y dejar un hermoso cadáver. Su suicidio político deberá estudiarse en Facultades de la cosa en próximos años. Conclusión: traicionar a los principios fundacionales (un muro laxo y laico que prevenga al Gobierno de turno de independentismos y populismos) trae consecuencias. De todos modos, su dimisión es impecable en las formas y aleccionadora en el fondo. Tal vez sea el camino que deberían emprender en próximas fechas otros líderes si vamos a las terceras elecciones.

 

Y el segundo apunte, en clave local. A Helmut Kohl le preguntaron por qué pasaba más tiempo en la sede de la CDU que en la cancillería. El viejo zorro respondió diciendo que, si no controlaba el partido, se le iba el Gobierno por el garete. Es el turno de los buenos entendedores...

VOX o el síndrome del doctor Frankenstein