viernes. 19.04.2024

Enamorarse

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Hace unos días leía a una de mis amigas agradecer a 2023 por recuperar su antigua costumbre de enamorarse varias veces a la semana. Enamorarse en el metro o el autobús, de unas manos, unos ojos o un perfume, enamorarse en una fiesta, a sabiendas de que no volverás a ver a esa persona nunca, enamorarse todo el rato, en cualquier lugar, desde la consulta del médico a paseando por la calle... Enamorarse, a fin de cuentas.

Confesaré que yo he sido muy de enamorarme cada diez minutos toda la vida. Es algo innato. Enamorarme del chico con la camisa azul que jugaba al voley en el patio del colegio, del que se sentaba en la fila de atrás y acabó dándome un beso en la mejilla antes de salir corriendo, del que cogía el bus en la parada siguiente a la mía cuando iba al instituto, del chaval alto y rubio que estudiaba comunicación audiovisual al otro lado del pasillo, del amigo de mi amiga de la universidad que solo tenía ojos para otra... un enamoramiento fugaz (aunque a veces no tanto) y superficial (la mayor parte de las veces), un crush, como dicen ahora. Un enamoramiento de las posibilidades, del simple hecho de estar enamorada, en la mayor parte de los casos platónico, aunque en alguno llegara a ser real.

Porque, seamos sinceros, enamorarse es una de las mejores sensaciones que hay en la vida. Y lo es porque el enamoramiento tiene algo de adictivo, quizás porque en el proceso se liberan altos niveles de dopamina, la responsable de la euforia y el placer. Y no, no hablo del amor consolidado, del amor paciente, del amor cocido a fuego lento en el tiempo (que también), sino del enamoramiento loco, lleno de incertidumbre, que se basa en percepciones, en la imaginación de lo que podría llegar a ser... hablo de la previa del amor, a fin de cuentas, de lo que pasa antes, mucho antes, de decirle a una persona que la quieres, con todas las letras, del modo más rotundo.

Ese maravilloso momento en que, de pronto, surge un chispazo, una corriente de electricidad que recorre el cuerpo cuando dos miradas se cruzan o dos manos se rozan, en que las mariposas revolotean en el estómago durante el primer beso, en que los cuerpos tiemblan con los primeros abrazos. Esa magnífica casualidad en que dos personas se encuentran.

Y mientras eso sucede, mientras la casualidad se da, hay seguir enamorándose porque uno nunca sabe cuándo va a ser la definitiva. Enamorarse como forma de decirse a uno mismo que es capaz de seguir sintiendo, como forma de dejar claro que, por muchas veces que haya salido mal, está dispuesto a seguir intentándolo porque, tal vez, esta sea la buena. Así que, enhorabuena a los que se enamoran varias veces a la semana, o al día, o cada diez minutos porque, sobretodo, cada vez que lo hacen, están demostrando que siguen dispuestos a poner el corazón en cada uno de sus actos

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