Un estudio general de la posición de defensa adoptada por España en el Magreb y en el Mediterráneo como subsistema y región delimitada es en la actualidad complicado por diversos motivos, entre ellos la gran cantidad de información que implica estudiarlo, el hándicap de que los acontecimientos que los circunscriben transcurren prácticamente a diario, también su característica geográfica (mar y contorno territorial), las complejidades internas, elementos relacionados con los actores que intervienen como los factores sociológicos, económicos, de cooperación y sobre todo de conflictos, así como de igual manera obviamente en gran medida de la zona territorial.
Los cambios que se producen en esta zona suelen ser intensos, debiéndose de analizar aquellas transformaciones que se producen desde una perspectiva en la que se tenga en cuenta el dinamismo de la región y la provisionalidad de los hechos (los cuales generan por una parte inseguridad e incertidumbre), y por otra, esperanza en las sociedades (algunos casos) y en las élites dirigentes de la ribera sur, especialmente este del Mediterráneo. Tenemos que tener presente que los regímenes políticos establecidos en la zona mediterránea se diferencian entre sí, algunos “con una base democrática” como por ejemplo España, por otro lado un grupo de regímenes con cierta debilidad democrática, y también aquellos sistemas políticos estatales que podríamos llamar de transición hacia las exigencias del Consejo de Europa, como por ejemplo Eslovenia o Croacia (ambos incorporados a la UE). Esta variedad de regímenes políticos originan una diversidad de intereses en asuntos exteriores de defensa y seguridad, y también condicionados por sus crisis internas que dificultan la estabilidad.
Hace ya unos años, en la década de los ochenta el peligro de una amenaza militar del sur fue una constante en el pensamiento estratégico militar como consecuencia de las continuas reclamaciones sobre Ceuta y Melilla (y que como vemos hoy día continúan), la anexión del Sáhara Occidental tras la retirada española (actualmente firmado por el Presidente Sánchez su adhesión al reino de Marruecos), y el temor de que la Unión Soviética utilizara los movimientos nacionalistas del norte de África (Argelia se acercó a los rusos tras su independencia) en contra de nuestro país, y por tanto de Europa Occidental. A partir de entonces, se consideraba que debíamos estar preparados, y se tomaron medidas con carácter disuasorio potenciando las fuerzas armadas (prioridad estratégica eje Baleares-Estrecho-Canarias), así como aspectos de cooperación, distensión y fomento de la confianza. Nada más que tenemos que recordar el antiguo plan español de defensa “Ballesta” que preveía el refuerzo de las plazas de Ceuta y Melilla motivado por las circunstancias de un posible ataque sobre las plazas norteafricanas. Uno de los hándicaps radicaba en que una hipotética ayuda de Europa era improbable por las vinculaciones e intereses comerciales. Además, otro de los problemas procedía del acuerdo de adhesión a la OTAN en el que ambas plazas y sus islotes quedaron fuera del Tratado. En caso de amenaza, España no podría pedir ayuda
aliada en base al artículo 5, utilizado sin embargo tras el 11-S por EE UU, según el cual los países aliados estaban obligados a ayudar en la defensa de uno de los miembros. De todas formas, reseñar que los factores de la información e inteligencia han sido y serán primordiales para él éxito de la defensa, de forma de que si disponemos de información previa estaremos preparados para responder a un conflicto.
Una opinión que debemos de recordar por la claridad de las ideas expuestas es la que realizó el General Sánchez Méndez en el año 90 (ya han pasado algunos años…) sobre la estrategia (técnica) que debería de seguir nuestro país ante cualquier tipo de intimidación o agresión en relación a los riesgos no compartidos procedentes del norte de África: en primer lugar, indicaba que una disuasión debería de estar fundada en los principios de capacidad militar suficiente, decisión manifiesta de emplearla, y que fuera creíble por el agresor (hoy día no existen tantas diferencias como entonces). En segundo lugar, una defensa directa ante el fallo de la disuasión para neutralizar la agresión mediante una respuesta deliberada y progresiva para causar al agresor unas pérdidas desproporcionadas con los objetivos que pretendía alcanzar.
De todas formas, desde nuestra modesta perspectiva otra línea a seguir que pensamos más acorde y actual a los nuevo tiempos, sin olvidar la anteriormente expuesta (principio de precaución) dentro de una política diplomática respecto al Magreb y de medidas de seguridad, es el mencionado “aspecto cooperativo” mediante el establecimiento de “acuerdos de cooperación” con algunos países del Magreb, fomentando los contactos e intercambios personales así como formativos, de especialización y participación, con el objetivo final de mejorar las relaciones de buena vecindad con los países de la otra orilla del Mediterráneo.
Mencionar igualmente que hace unos años, la reorientación de la política de defensa española sufrió cambio con el texto Directiva de Defensa Nacional 1/92, llamando la atención sobre las incertidumbres e inestabilidades del nuevo panorama mundial. A partir de ésta, su sustituyó por primera vez el concepto de defensa (relacionado tradicionalmente con el espacio territorial de soberanía) por el de seguridad, más amplio y ligado a la búsqueda de una mayor estabilidad regional y mundial. Se dejó por tanto de utilizar amenazas y se comienza a hablar de “riesgos”. A partir de entonces se han ido sucediendo nuevas DDN adaptándose cada una de ellas a los acontecimientos que iban ocurriendo durante estos años, debiendo plantear España una defensa responsable y creíble para hacer frente a las posibles amenazas que pudieran afectar a su seguridad, paz social y estabilidad política, así como la de sus aliados como socio fiable. Así, en el pasado año 2023 nuestro país aumentó de forma considerable el gasto en defensa militar, llegando a un 1,2 PIB aproximadamente.
Bien, pues como consecuencia de su situación estratégica España tiene como deber consolidar un escenario seguro en el Mediterráneo, pero sin abandonar también la importancia de la estabilidad en su entorno inmediato como el Sahel, Oriente Medio, y prestar especial atención al control de los tráficos ilícitos procedente de Iberoamérica y golfo de Guinea. Todo ello dentro de un contexto donde es necesario revisar las
estrategias, de manera que permitan situar a España como potente aliado de la Union Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En el caso del Magreb existen obviamente diferencias o ciertos recelos, pero éste sigue y continuará ocupando un lugar destacado en nuestra estrategia de defensa ya que se viene comprobando como una región en la que los problemas de inestabilidad pueden dar lugar a riesgos para la seguridad. Sobre los factores de estos riesgos en la actual situación estratégica, la OTAN tendrá que continuar enfrentándose a una gran variedad de riesgos, especialmente a su mayor adversario como es Rusia y las amenazas informáticas (amenazas híbridas que desestabilizan los países sin emplear métodos convencionales de ataque).
Es una evidencia pues, que España debe seguir interviniendo en las iniciativas activadas en el área mediterránea, así como igualmente reclamar mejores apoyos de la UE sobre los problemas de la región. La cuenca mediterránea constituye una de las máximas prioridades de la seguridad europea, mereciendo especial atención el diálogo sobre aspectos de seguridad con algunos países del Magreb (como con el terrorismo yihadista o la tan preocupante inmigración irregular tan reciente), con el objetivo prioritario de mantener la estabilidad política, económica y militar en la zona así como la libre circulación por el Mediterráneo.
Analizando la situación de la ribera sur comprobamos la presencia de unos problemas graves que llegan a superar notablemente las capacidades españolas de cooperación y ayuda al desarrollo. Se ha de ser realista y asumir que todo nuevamente nos dirige al “interés de cada actor”, es decir se observan situaciones en las que el interés es relativo por parte de algunos actores, principalmente por la ambigüedad en sus posiciones así como por los inapropiados mecanismos empleados. Por ello España, debería de aceptar su papel principal en lo relativo a su política de seguridad mediterránea.
Quizás un escenario que pudiera ser más conveniente y oportuno sería abordar el plano subregional, en nuestro caso el Mediterráneo Occidental. La experiencia ha demostrado que las reuniones o foros donde participan y exponen sus tesis todos los actores del área se ven limitados por los conflictos particulares que afectan sólo a algunos de sus miembros, pero que a su vez influyen negativamente en el funcionamiento del conjunto. Nos inclinamos por la conveniencia de llegar a acuerdos a nivel global sobre problemas generales, pero de igual manera es adecuado permitir la opción de geometría variable, es decir delimitar áreas regionales como el Mediterráneo Occidental para el establecimiento de asuntos o problemas de trabajo concretos (tipo bisturí).
Las medidas que se adopten deben ir dirigidas sobre todo a fomentar la confianza en la región, tendremos que atender la dificultad que conlleva que los países de la ribera sur fueron antiguamente colonizados o con protectorados dependientes de los países de la orilla opuesta, y aunque hayan pasado muchísimos años desde su independencia, en el seno de estos países nos encontramos con criterios y opiniones que se posicionan totalmente en contra de lo que entienden como un nuevo colonialismo, pero esta vez a través de diversos elementos como la dependencia económica, lingüística, influencia de
las costumbres de la antigua colonización, intereses de las propios actores (países) colonizadores etc.
Por tanto, el desafío a la seguridad al que nos enfrentamos en el Mediterráneo y el Magreb así como la magnitud del riesgo en Europa conlleva una serie de circunstancias de una especial consideración. Ante esta tesitura, con este panorama, se viene observando que el intercambio de información relacionada con la defensa a distintos niveles como el “de defensa”, “inteligencia” u otros es considerado por estos sectores como una intromisión en los asuntos internos del país en cuestión, así como una continuación de la colonización pasada. En el mundo árabe se suele acudir mucho a la Historia, pero ello no significa que desde las sociedades se tenga una visión negativa total de Europa como en ciertos momentos nosotros los occidentales también hemos podido tener.
Por otro lado, habrá que atender en el Magreb a que desde que alcanzara su independencia han sido frecuentes los intentos de inestabilidad en la zona así como los enfrentamientos y enemistades entre los países, conllevando todo ello a un elevado recelo y nuevamente desconfianza de los unos a los otros. La comunidad internacional ha tenido presente cierta esperanza por las transformaciones políticas que se estaban produciendo en la ribera sur del Mediterráneo, (y no sólo en Marruecos), pero como consecuencia de lo complejidad y volatilidad de las situaciones, las perspectivas positivas se van difuminando con el tiempo. Obviamente, un fortalecimiento de las democracias, de las demandas sociales y riqueza económica en la zona de los países ribereños conllevaría un avance bastante positivo.
Pero todo hay que decirlo no todo es negativo, en la actualidad se ha producido una mejora notable de las relaciones entre los países del Magreb, pero aun así continua la desconfianza, susceptibilidad y reticencia como factores constantes en las percepciones mutuas entre los países de la región, como últimamente ha ocurrido entre Marruecos y Argelia, por lo cual es bastante complicado pretender que dichos países intercambien determinada información sensible o de carácter estratégico a día de hoy. Como mínimo hasta que se atenúen las dudas y la desconfianza difícilmente se podrán aplicar unas medidas de seguridad y confianza apropiadas
Nos encontramos pues ante una cuestión de defensa en el Mediterráneo Occidental con una gran parte de la problemática basada en la apreciación e impresión sobre el “otro”, por lo que pensamos que el núcleo de la cuestión podría ser buscar soluciones en el conocimiento mutuo y la acción común, entendiendo esta última en tareas de seguridad colectiva y de gestión de una posible crisis, evitando aquellas acciones que justifiquen las especulaciones o conjeturas relacionadas con la idea de que España sea percibida como una amenaza. Nuestro país tiene un problema como mínimo preocupante con la seguridad como país aliado y elemento clave en el Mediterráneo, especialmente en la actualidad en su archipiélago canario y en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. La amenaza sobre su seguridad es continua y aunque por etapas haya existido bastante
mejoría no se vislumbra un futuro concreto, aunque pudiera parecer una tendencia a la baja, el riesgo a la seguridad es latente pero no se percibe.