La vela, como toda gran pasión, requiere más que técnica; necesita de una entrega al mar y sus caprichos. En Ceuta, bajo la dirección de Juan Orozco, la Federación de Vela se ha convertido en una cantera de jóvenes navegantes que, durante el verano, gracias a los cursos que organiza el Instituto Ceutí de Deportes, se forman en los misterios del viento, las olas y las maniobras precisas que transforman el caos del mar en un viaje de precisión y control.
"Estos cursos están dirigidos a niños desde los ocho hasta los dieciséis años", explica Juan, mientras observa a un grupo de pequeños marineros con la misma atención que un capitán vigila a su tripulación. "Dividimos a los alumnos en dos categorías: los principiantes, que navegan en optimist, esos pequeños barcos diseñados para un solo niño; y los más avanzados, que pasan a los laser, embarcaciones que desafían a los jóvenes a dominar las técnicas más complejas de la vela".
Cada curso dura una semana. Una semana que, para muchos de estos niños, se convierte en un portal hacia una nueva dimensión. De lunes a viernes, estos jóvenes aprenden no solo las reglas básicas de la escuela, sino también las lecciones esenciales de seguridad en el mar. Aprenden a identificar las partes de un barco, a hacer nudos que resisten la fuerza del viento y a maniobrar el timón con la precisión necesaria para navegar en mar abierto. Todo esto se lleva a cabo en un entorno donde cada día es una lección y cada lección, una nueva aventura.
Sin embargo, no todas las semanas son iguales. "Hay semanas donde el viento sopla con fuerza, y podemos realizar todas las actividades en el mar", comenta Juan con una mezcla de entusiasmo y resignación, consciente de que el clima es un aliado caprichoso. "Pero también hay semanas en las que el viento apenas se siente. Entonces, nos centramos más en la teoría, esperando que el viento regrese, como si estuviéramos haciendo una danza para invocarlo".
El verano es una época en la que estos cursos están casi siempre completos. Con 30 niños inscritos en total, entre iniciación y perfeccionamiento, las plazas suelen agotarse rápidamente. No obstante, siempre queda la esperanza de un cupo de última hora, una oportunidad para aquellos que, al final, deciden que el mar es su destino. "Si queda alguna plaza libre, intentamos rellenarla lo más rápido posible", dice Juan, consciente de que cada niño que se sube a un barco es un potencial amante del mar.
Para los que ya dominan las habilidades básicas, la segunda fase del curso, el perfeccionamiento, ofrece un reto aún mayor. "Montamos campitos de regatas, ponemos boyas y les enseñamos maniobras más complejas", explica Juan, describiendo cómo los jóvenes entrenan con seriedad, aunque el ambiente siga siendo lúdico. En estos cursos, la vela se convierte en algo más que una actividad; es un deporte, una disciplina, un arte.
El ciclo de verano termina a finales de agosto, pero la pasión por la vela no se detiene con el final del verano. "En septiembre tomamos una pequeña pausa y luego empezamos con los cursos de invierno", dice Juan. Estos cursos, que se desarrollan durante todo el año, son el espacio donde los jóvenes navegantes perfeccionan sus habilidades cada sábado y domingo, de once de la mañana a dos de la tarde. Aquí, los aprendices de verano se convierten en verdaderos marineros, sus manos endurecidas por las cuerdas y sus rostros bronceados por el sol del invierno.
Entre estos jóvenes marineros destaca Carlota García , una alumna que lleva tres años y medio en la escuela. "Me encanta sacar los barcos al mar", dice con una sonrisa que refleja la libertad que encuentra en el agua. Carlota, como muchos de sus compañeros, no solo ha aprendido a montar y manejar un barco, sino también a respetar la naturaleza impredecible del mar. "El mar no se puede controlar, así que tienes que tener mucho cuidado", advierte con la sabiduría de alguien que ha enfrentado tanto la calma como la tormenta.
Carlota no solo es una alumna; es una testimonio viviente del éxito de estos cursos. Ha hecho amigos, ha aprendido a navegar, y lo más importante, ha encontrado una pasión que espera seguir cultivando en el futuro. "Me gustaría dedicarme a la vela cuando sea mayor", confiesa, sus ojos brillando con la determinación de quien ha encontrado su lugar en el mundo.
Y es que, para estos jóvenes, la vela es más que un deporte; es una forma de vida. Es un espacio donde aprenden, crecen y se divierten. Es un lugar donde hacen amigos y descubren el poder del mar y el viento. Y, bajo la guía de Juan Orozco y su equipo, estos niños no solo se convierten en navegantes; se convierten en guardianes de una tradición milenaria, la tradición de la vela, que sigue viva en el corazón de Ceuta.