Desde Lucena (Córdoba) a cualquier lugar donde haya una feria. Cientos de personas se ganan la vida vendiendo turrones, manzanas, peluches, garrapiñadas, piñonates o lo que sea menester. Son los turroneros; un oficio duro, casi artesanal, que se transmite de generación en generación.
Es el caso, por ejemplo, de la familia Chacón. El padre lleva viniendo a Ceuta "desde hace 58 años, que es la edad que tiene". Nos lo explica su hijo, Pedro, que confiesa que el negocio es rentable, pero no es su oficio soñado.
"Solemos comenzar con las primeras ferias en abril, poco después de la Semana Santa, y acabamos en octubre", nos cuenta. Este año, la sensación son peluches de un conocido video juego o con forma de donut, debido a la inane canción de marras. "Pero seguimos teniendo nuestros turrones, nuestros dulces, nuestros embutidos". Incluso, aprovecha para sacar pecho de patria pequeña, "nuestro aceite de Lucena, la ciudad del mundo con más olivos en un término municipal".
Se duerme, se come, se vive en definitiva en el lugar donde se trabaja. "Cocinamos, dormimos o descansamos por turnos", cuenta mientras admite que "apenas hay tiempo para darnos un paseo por la feria: estamos desde las diez de la mañana hasta las dos de la madrugada". Ni Feria "ni casi para ir al mercado, que lo tenemos enfrente", ironiza.
La eterna pregunta: "sigue siendo rentable venir a Ceuta, pero ya no es como antes", explica. Su penúltima feria, Barbate. La siguiente, Málaga. Y después, como Ulises, Lucena, esa suerte de "Ítaca" cordobesa en la que tantos feriantes hay. "La mayoría, tómbolas y atracciones, son de ahí. No se porqué, pero llevamos generaciones", nos cuenta.
