La barriada Juan XXIII es un escenario de decadencia, un retrato de la desolación enmarcado por grietas profundas y paredes que crujen con las fuertes rachas de viento tan habituales en la zona. Los vecinos viven en esta barriada con la certeza de que cualquier día podría ser el último en que cruzan el puente apuntalado que da acceso a uno de los edificios desde la calle y que separa la vida de la muerte en caso de desplome. Y en el trasfondo de esta tragedia lenta y meticulosa para los vecinos, las promesas de Ramírez, el hombre que debería estar al mando, es una sombra lejana que nunca se materializa.
“Da miedo entrar o salir porque en cualquier momento se podría derrumbar”, dice Toñi Menacho, la vicepresidenta de la asociación de vecinos
Ese puente de entrada a un edificio de 42 pisos, utilizado por cientos de personas cada día, es un símbolo de todo lo que está mal en Juan XXIII. Apuntalado como un cadáver al que se intenta sostener con tablas viejas, es una amenaza tan visible como ignorada. “Da miedo entrar o salir porque en cualquier momento se podría derrumbar”, dice Toñi Menacho, la vicepresidenta de la asociación de vecinos, con la resignación de quien sabe que sus palabras caerán en el vacío, como tantas otras veces. Ramírez asegura que la solución está en camino, tras las visitas del personal de Fomento para tomar fotos, pero la única constante que se aprecia en este barrio es el deterioro.
Un vertido fecal tras uno de los bloques de pisos que es una presencia constante, impregnando el aire con su hedor y la promesa de enfermedades que nadie parece querer evitar
La propia vicepresidenta de la asociación de vecinos muestra a quien quera verlo cómo, bajo el asfalto agrietado, las cañerías vomitan aguas negras, creando ríos inmundos que atraviesan las calles. Un vertido fecal tras uno de los bloques de pisos que es una presencia constante, impregnando el aire con su hedor y la promesa de enfermedades que nadie parece querer evitar. Las ratas y los insectos, más atentos que cualquier funcionario, han notado que este es un buen lugar para establecerse. El responsable de Fomento, sin embargo, se mantiene ajeno, confiado en que sus promesas de una solución, serán suficientes para calmar la furia que hierve bajo la superficie.
“Los balcones se mantienen en pie gracias a soportes provisionales que podrían ceder en cualquier momento”
La vicepresidenta de la Asociación de Vecinos de Juan XXIII pone énfasis en la situación de las fachadas, algunas de las cuales han sido apuntaladas en un intento desesperado por evitar lo inevitable, el desplome de balcones. Se trata de otro recordatorio del abandono al que se encuentra sometida esta barriada. “Los balcones se mantienen en pie gracias a soportes provisionales que podrían ceder en cualquier momento”. Los vecinos, conscientes del riesgo, “evitan asomarse o tender la ropa”, temiendo que un simple gesto los condene al vacío, explica Toñi que añade que Ramírez sigue hablando de “partidas económicas liberadas”, como si las promesas, en lugar de acciones concretas, pudiera salvar a Juan XXIII de su destino.
Las escaleras que serpentean entre las distintas zonas de la barriada están marcadas por grietas tan profundas como la desconfianza de los vecinos hacia la Consejería de Fomento y el Gobierno de la Ciudad. Las mismas son un testimonio silencioso de la negligencia, de la incapacidad para mantener lo más básico en condiciones seguras.
Juan XXIII es más que un barrio al borde de la ruina; es un reflejo de la ineficacia de un sistema que ha fallado a quienes más lo necesitan. Y en el centro de este desastre, de nuevo, la Consejería de Fomento, que dirige Alejandro Ramírez, el hombre que ha prometido soluciones, pero cuya inacción ha dejado a un barrio entero, según señalan los propios vecinos, al borde del colapso. Y es que los vecinos de Juan XXIII se enfrentan a una realidad que se desploma a su alrededor, esperando una ayuda que, como las promesas de Ramírez, nunca llega.