viernes. 29.03.2024

España vuelve a matar a Lorca

De la muerte de Federico García Lorca hay una parte comunmente aceptada: el poeta granadino murió por rojo y maricón, pagando con su sangre haber escrito obras tan provocativas para aquella (y esta) época como "La casa de Bernarda Alba" o "Yerma". Sin embargo, se pasan por alto otras facetas de aquel infausto y simbólico crimen: Lorca era íntimo amigo de  José Antonio Primo de Rivera y hay quienes señalan que, aparte de su militancia política -fue asistente del ministro Fernando Giner De los Ríos- y de su homosexualidad, pudo haber motivos más mundanos y despreciables que motivaron su asesinato. Garcia Lorca habría pagado con su vida disputas de tierras entre miembros de su familia generaciones antes de su propia existencia.

 

No fue, en cualquier caso, algo exclusivo del poeta granadino. Cientos de españolitos fueron víctimas de la guerra civil, si, pero también de la venganza más cainita: bastaba con que te señalaran como miembro del bando contrario al que imperaba en tu ciudad, para que tu destino fuera un paredón de fusilamiento. En Ceuta sabemos bien de eso; del impagable trabajo de mi amigo Paco Sánchez siempre me impresionó el caso de una familia que tuvo la mala ocurrencia de celebrar con palmas y guitarras un acontecimiento familiar el mismo día en que el general Mola moría en un accidente de aviación. Pueden imaginarse el destino de aquella panda de rojos.

 

La delación, la acusación en voz baja, la acusación sin pruebas forma parte de la peor esencia de la humanidad. Una cosa es que el confidente, entendiendo que su integridad personal o patrimonial corre peligro, prefiera guardar el anonimato y otra bien distinta aprovechar la coyuntura para hundir la vida y reputación de una persona. Ocurría en el 36, como ocurrió en el 95 con el célebre Caso Arny y con tanto chismorreo elevado a la primera plana o al inapelable (por qué no hay donde recurrir) tribunal de las malas lenguas. La pena de descansillo, cafetería o telediario, ya me entienden.

 

Si, todos hemos caído alguna vez en nuestra vida en el "me han dicho que". Recuerdo que hará unos veinte años a cierto bailaor y cierto cantante les persiguió durante meses una leyenda en la que lo que no se partía, precisamente, era el corazón y todo el mundo vió a Ricky Martin escondido en el armario de una adolescente de aspecto entrañable que luego resultaba ser más peligrosa que McGyver en una ferretería.

 

Y los tiempos de pandemia, evidentemente, han sido propicios para el señalamiento anónimo. Para 'matar de nuevo a Lorca'. Desde esos despreciables carteles que apuntaban a que "eres sanitario/a y te rogamos que te vayas a otro lado" a esos coches pintados, al mejor estilo de la Alemania de 1930. De esa "Cinta Blanca" que no me canso de recomendar, puesto que la considero la mejor obra cinematográfica en lo que llevamos de siglo.

 

A nivel local, no se cuantas veces se ha infectado ya la plantilla de cierto supermercado, y me hablan de personas que han tenido que guardar confinamiento porque alguien decía que habían estado en contacto con un positivo. Señores: dejemos las películas para los actores, y serenémonos. Con nuestras escasas virtudes y seguro que muchos defectos (cualquiera lo haría mejor, ya se sabe), autoridades, policías, medios de comunicación, docentes y sanitarios tenemos bastante con desempeñar nuestro rol en medio de esta pandemia como para andar entre rumores y desmentidos. Y si se aburren, un libro,  cualquier plataforma de streaming o el noble arte de contar las rayas de las losetas de la cocina o medirse el tamaño de las uñas siempre son magníficas alternativas. Preferibles, desde luego, a ejercer de policía de balcón y matar, socialmente y de nuevo, a personas que nos caigan mal. O ni siquiera eso, puesto que igual son víctimas de las ganas de alcanzar notoriedad durante unos minutos huyendo de vidas mediocres.

 

 

 

 

 

 

España vuelve a matar a Lorca