sábado. 20.04.2024

La loba se va de vacaciones

Cuenta la leyenda que Luperca era una loba que amamantó a Rómulo y Remo, recogidos del agua, hasta que se hicieron hombres. Luego entre ellos la cosa acabó regular pero antes de que un hermano matase a otro nos regalaron al resto de los mortales  la ciudad más hermosa del mundo. Contaba Indro Montanelli que la loba Luperca existió, pero que tenía dos patas en vez de cuatro y que en efecto era temida por los pastores de la época. Aquello de la mujer perfumadita de brea...

El caso es que la historia de Luperca siempe me ha fascinado, hasta el punto de que le tributé esta columna cuando la comencé hace cinco años. Bajo el signo de Luperca: somos, queramos o no, latinos. Los mismos que levantamos catedrales u obras artísticas sin parangón, los mismos que dejamos para mañana lo que pudimos hacer ayer por la tarde. Las genialidades concluidas y las cosas de comer, a punto de terminarse.

A veces, imagino como sería hablar con la propia Luperca, dando por buena la teoría del gran periodista italiano de todos los tiempos. Y pienso que, llegados a este punto, ella me pediría vacaciones, al menos durante un par de semanas.  Y yo accedo a sus deseos: cierro este chiringuito -¿donde habré oido esta frase antes?- hasta que transcurra el 28 de mayo.

No por miedo a que se me etiquete electoralmente. Tengo la sensación de que, a fuerza de no llevar más carnet encima que el DNI, he conseguido pocas cosas. Una de ellas es ser visto en la izquierda como el cuarto en la línea sucesoria de las derechas: por encima mía, solo Franco, Primo de Rivera y Queipo de Llano. La otra, es que en la derecha me vean como una especie de rojo irredento, el Che Guevara del Polígono.

Lo hago porque estamos de un sensiblito que da miedo .Llevo más de media vida en esto; lo suficiente como para asumir que si te saludas cordialmente en campaña con alguien que vaya en cualquier lista, todo el mundo te etiquete con ese partido. No es tan difícil conocer a alguien desde antes que se dedicara a la política en una ciudad tan pequeña y aislada como la nuestra. Que igual luego no le voto, o si, pero nadie se entera: las elecciones pasarán pero la vida seguirá. Da igual Es lo suficiente para que te cuelguen la etiqueta. Si yo, por ejemplo, escribo tres columnas de gastronomía, música y cine clásico en las próximas semanas -cosas que me apasionan- no faltará quien vea entre esas líneas un guiño a no se que partido o un manto de autoprotección para no inmiscuirme o no señalarme ideológicamente. Y creanme: no es miedo, es pereza. Es peor, por tanto: el miedo y las ansias por superarlo son lo que verdaderamente hace fuertes a los hombres. Pero tener que estar explicando contínuamente que la cordialidad no está reñida con la independencia, y que las relaciones entre política y periodismo no dejan de ser relaciones humanas -con sus altibajos y sus amistades de diferente cuño- cansa. Quien firma esto lleva ya con esta siete campañas municipales y autonómicas. Si: hastío y latinismo en grado sumo.

Llegados a este punto, anoche soñé con Luperca. Aparecía morena y voluptuosa, con ropajes roidos y tenía, en efecto, un par de patas en vez de cuatro. Se me acercó insinuante y me susurró al oido aquella frase de Estanislao Figueras: "Estoy hasta los cojones de todos nosotros". Pues eso. Como eran las cuatro de la madrugada, decidí darle vacaciones hasta después del 28 de mayo, salvo que ocurra algo que me obligue a sacarla de los montes palatinos. Volverá, me dice, rugiendo con fuerza. Hasta entonces, sean felices.

La loba se va de vacaciones