sábado. 27.04.2024

Los idus de marzo

Juanjo Coronado / Archivo

No solo pienso que la geografía propone y la historia dispone, sino que hay lugares en el mundo en los que me gustaría sentarme y tener algún artilugio de ciencia ficción que me permitiese ver acontecimientos del pasado sin moverme de un cómodo asiento reclinable. Uno de ellos, sin duda, sería alguna cafetería entre la Torre Argentina y la vía Caetani, en el corazón de Roma. Ambas están separadas por apenas centenares de metros, pero en esos puntos con dos mil años de diferencia cambió la historia no solo de Italia sino posiblemente de Europa entera.

En el año 44 antes de Cristo y en 1978. En lo que hoy es un lugar visitado por turistas y en que los gatos -insisto: traman algo para someter a todo el mundo- duermen panza arriba en una gigantesca colonia gatuna, tal día como hoy era asesinado Julio César. A puñaladas limpias, traicionado por aquellos a los que consideró sus fieles. A la izquierda, en el año de los tres Papas o del Mundial de Argentina, aparecía el cadáver ensangrentado de un hombre con la rara virtud (acaso coherencia, tal vez imprudencia, seguramente un poco de las dos) de tocarle las narices a todo el mundo al mismo tiempo. En abril de 1978 era encontrado el cuerpo sin vida de Aldo Moro. Uno de los asesinatos políticos con más carga simbólica que recuerdo, si no el que más: justo a mitad de camino entre la sede de la Democracia Cristiana de la que era líder y la del Partido Comunista con el que acababa de alcanzar un 'Compromiso Histórico'. Y en un Fiat -buque insignia de la industria automovilística italiana- de color rojo: la citada casa automovilística era, también, el lugar donde el beligerante PCI tenía más trabajadores infiltrados. Y encima en la vía Caetani; lugar que debe su nombre a un antiguo diputado italiano, entre cuya descendencia aparece un director de orquesta soviético en cuya villa de verano pudo planearse el secuestro y asesinato de Moro. Si les gusta la teoría de la conspiración, piensen que no muy lejos se encuentran la Iglesia del Gezú, sede principal de la Compañía de Jesús (los jesuítas son una apuesta sólida para cualquier novela policíaca que se precie), lindando pared con pared con el Instituto de Estudios Norteamericanos.

En ambos casos, traición. En ambos casos, sacrificio de un líder carismático para satisfacer supuestamente unas demandas que luego no se cumplieron. No hubo 'gobierno del pueblo' en el caso de Moro; Marco Antonio acudió a los asesinos de César para exigirles que, en coherencia, nadie se nombrase a si mismo emperador. Murió envenenado en brazos de Cleopatra, horas antes de que el futuro Emperador Augusto desembarcase en Alejandría para darle muerte a el y, posiblemente, a la faraona que cambió trigo para pagar salarios y favores sexuales por la vida de su hermano y, en consecuencia, el trono de Egipto.

Me gusta siempre rememorar esos capítulos de la historia. No sólo eso: creo que es hasta recomendable. Sobre todo, me da la impresión, en años electorales. Llevo ya un cuarto de siglo en esto y he consumido aproximadamente la mitad de mi vida. No soy un anciano, pero si he escuchado en muchas ocasiones aquello de ¿Tú también, Bruto?, con el que César reprochó a su protegido que participase de su asesinato. Preparen, pues, las palomitas...

Los idus de marzo