sábado. 27.04.2024

Pues no: no somos mejores

En plena época de mensajes positivos, moraldevictoria y juntossomosmasfuertes, a servidor le dió por escribir que no todo iba a salir bien. Las críticas a ese artículo en redes sociales fueron desde lo personal hasta lo cómico. Desde "no necesitamos gente que nos hunda" a una que me enterneció profundamente, como era  la de mi supuesta cercanía al Partido Popular. Vuelvo a repetirlo una vez más: si para cierta gente de izquierda soy de aquellos que estiran el brazo hasta para pedir un taxi, para otras tantas de derechas soy un rojo sin remedio. Dios, queda claro, no me llamó por el camino de la militancia.

 

Y no es por sacar ese niño repelente que todos llevamos dentro, pero pocas cosas han salido bien. Somos, incluso, peores. Nuestra clase política ha tenido en líneas generales un comportamiento más acorde al de un perro en una lancha que al de hombres y mujeres de estado. El Gobierno no ha renunciado a hacer propaganda y a convertir en gran hazaña hasta el más mínimo impreso rellenado, mientras que se afrontaban cuestiones tan trascendentales para el desarrollo de la pandemia como meter al ministro de Asuntos Sociales en la comisión de Secretos Oficiales, aprobar leyes educativas que van a durar lo que la ministra que la promulgó en el cargo, lanzar diatribas contra la Monarquía -de verdad, la mayoría de los ciudadanos estamos a otras cosas-  o responsabilizar al personal de los errores de la gestión. En la oposición: desde acusaciones de genocidio hasta mociones de censura tan útiles como el cenicero de una moto o cambios de criterio a golpe de encuesta: ayer que participen las autonomías, hoy que no y mañana ya veremos. Ni las balconadas de las 20.00 horas respetaron, unos y otros. Por no hablar de que el coronavirus es, en realidad, una excusa más para no conceder la libertad a no se cuantos pueblos elegidos.  Cuando la gente, simplemente, ha tenido y tiene bastante con no morirse y no irse al paro.

 

Pero insisto: nuestros representantes no están ahí por ciencia infusa. Los hemos elegido nosotros: usted, el de al lado y yo, los mismos que hemos criticado abiertamente a quien no llevaba la mascarilla para quejarnos a los diez segundos del coñazo que representa la mascarilla.  Que los bares y comercios cierran: malo, porque la gente se va al paro como están las cosas. Que abren: malo, porque la economía se recupera pero la salud no. Que usted viaja: lo hace con responsabilidad, pero lo necesita. Que lo hace el de al lado: es, sin dudarlo, un gilipollas que juega con la salud de todos.  Incluso, como en los peores momentos de la Alemania nazi, vimos como había gente que tenía que llevar un pañuelo azul anudado al brazo para evitar que los delatase la policía de balcón, vimos a auténticos depravados pintar el coche de una enfermera o meterle cartas en el buzón invitándole a que se fuera. Y nunca, nunca, cometemos errores ni es culpa nuestra. Razón no le faltaba a David Jiménez cuando hablaba de "Nadalizar España".

 

Los medios de comunicación están compuestos por filibusteros sin escrúpulos; entre Alaska y Nueva Zelanda no existe un solo periodista con los arrojos suficientes para sacar a la luz la enorme conspiración mundial que suponen el coronavirus, el 5 G, la modificación genética -la señora a la que pusieron la primera vacuna ahora es central de Osasuna y remata corners en plancha-, decir que la tierra es plana o concienciar de que todo esto es una estrategia de todo bicho con más de 100 euros en la cuenta corriente para instaurar un Nuevo Orden Mundial. Si, todos los periodistas mentimos y estamos entregados a la causa: todo lo contrario que el paisano aquel de un pueblo del quinto coño que dice ser licenciado en Biología por la Universidad de Gromenauer y que se ha grabado un vídeo diciendo que nos van a poner un chip en una oreja, Netflix en la pestaña y al desnudarnos tendremos tatuado un logo de Microsoft.

 

No, no somos mejores: "algo habrá hecho" aquel que ha perdido su trabajo, algún vicio tendrá quien pide en la cola de un Banco de Alimentos o la parroquia de su barrio. Hemos vuelto a ser tan hipócritas como en cualquier Navidad, ya que el hambre al parecer solo existe entre el 15 de diciembre y el 7 de enero y, en un alarde de madurez, hemos visto a la gente manifestándose en la puerta del Nou Camp para pedir que Messi no se fuera, agolpándose en las del Sánchez Pizjuán para dar ánimo a los sufridos jugadores de Sevilla y Betis o en las del Ramón de Carranza en los prolegómenos de un partido que se jugaba a puerta vacía. Y somos unos luchadores por la libertad: hemos celebrado cumpleaños y navidades de diez o doce en una casa, porque lo que quieren prohibirnos es vivir.

 

 

No, no somos mejores. Ni espero grandes cosas de 2021: todos queremos la vacuna, pero que se la ponga primero mi vecino, que a mi me da la risa. No, seremos igual de incoherentes y de vulgares con el cambio de calendario. Si: hay gente que ha dado, y da, lo mejor de si; grandes obras de solidaridad y momentos de ternura y afecto que todos guardaremos en los anaqueles de nuestra voluntad. Pero no me dejo llevar por las esperanzas de un 2021 que se nos presenta poco menos que como el del renacimiento de la raza humana. Así que, feliz Nochevieja y cuidémonos, que nos quiero aquí en doce meses. Y como deseo, aquello de Carlos Cano: haiga trabajo, escuela gratis, medicina y hospital.

 

 

Pues no: no somos mejores