viernes. 26.04.2024

Un tal González

Le tengo ganas al último trabajo de Sergio Del Molino, a quien respeto, admiro y puedo decir que me cae bien,  pese al escaso trato que hemos tenido hasta la fecha, siempre a través de redes sociales. Del Molino se ha convertido en los últimos años en una suerte de cronista de los tiempos actuales, con el riesgo que conlleva eso y procura hacerlo no desde la equidistancia sino desde la objetividad, que cómo la felicidad siempre es más una aspiración que un estado. Su último libro habla de Un tal González, aquel de cuyo triunfo electoral se cumplen cuarenta años este viernes 28 de octubre de 2022.

El tal González, el antaño Isidoro, el compañero Felipe o el directivo de cualquier multinacional. ¿La gran figura política española del siglo XX?.  Posiblemente; dice su último biógrafo que González culminó el trabajo de los ilustrados del siglo XIX, y pocas veces ha conocido este país gente con más carisma que aquel hijo de vaqueros. Por momentos -una cosa es admitir el tirón y otra compartir al personaje- aquel Pablo Iglesias de hace una década se le acercó.

Supongo que hoy cabrán mil  alabanzas hacia la figura histórica del personaje: posiblemente las merezca. Si, el Felipe de la modernización, de la entrada en Europa, de la resolución de la cuestión militar, el hacedor del 92, el encantador de serpientes, el jovencito que encandiló a los Thatcher, Kohl, Andreotti o Miterrand

Pero el Felipe cuya España socialista y obrera vivió retrocesos laborales como nunca antes. El Felipe que propició que fuera fácil hacerse millonario; luego descubrimos la manera… El Felipe que miró para otro lado cuando los informes del CESID apuntaban a que la Sagrada Familia empezó a llevarse dinero a Andorra a principios de los 90. El Felipe que se enteró por la prensa de que los crímenes de Estado eran no sólo eso, sino una auténtica colección de chapuzas llevada a cabo por arribistas y fulanas de discoteca.

El Felipe, y ahora me miro al ombligo, que abrió la verja de Gibraltar sin reparar -o si lo hizo, le fue indiferente- en que a Ceuta le colgaba en ese instante un inmenso telón de acero. El mismo que no tuvo problemas en tratar como a hermanos y sobrinos a los dirigentes de cierto vecino mal avenido.

El Felipe que ahora nos recomienda, cómodamente y desde el atril de conferenciante pagado a precio de oro, que se alcancen los mismos acuerdos de Estado que el no fue capaz de buscar con Aznar. Esto también es válido para el ciclón de las Azores, Zapatero y Rajoy: consejos vendo que para mi no tuve. El presidente de un Gobierno desde el que se anunció la muerte de Montesquieu. El Felipe cuyo Gobierno no evitó que el Estrecho, el Levante o la Costa da Morte se convirtieran en las nuevas Sicilias…

El Felipe del que se desengañaron millones de españoles, al verle cambiar la chaqueta de pana por el carísimo traje de diseño. No, no me entrego a la euforia propia de estos actos en un país que suele enterrar bien a sus muertos -Rubalcaba dixit- y homenajear con tacto a sus viejos.

Que usted disfrute su cuarenta aniversario, presidente.Gracias, por supuesto, por lo bueno de sus catorce años.  Celebre el homenaje que le han preparado los suyos en Sevilla y atento por si hay sorpresa:  igual a la salida le proponen para algún Consejo de Administración. Nunca se sabe...

Un tal González