viernes. 26.04.2024

Crueldad intolerable

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Mohamed tenía 17 años y lo mataron hace uno. Esto lo sabemos ahora pero podríamos haberlo sabido mucho antes, si las personas que acabaron con su vida no hubieran encarnado no solo la peor de las maldades, sino también una crueldad intolerable. Acabaron con su vida, tiraron su cadáver al monte y trataron de hacer creer al mundo que se había fugado. Difundieron rumores, aseguraron que se había marchado a la península, que no quería saber nada de su familia... No solo acabaron con su vida, sino que trataron de hundir a quienes aquí le querían haciéndoles creer que les depreciaba tanto como para marcharse sin mirar atrás, sin un mensaje, sin una llamada para explicar los motivos de la huida.

Recuerdo, como si fuera ayer, el primer llamamiento público de su madre, de Ashma, la primera batida desde la explanada de Juan XXIII, la segunda por la zona de García Aldave, curiosamente en la que finalmente ha acabado apareciendo el cadáver. En aquel momento nadie podía imaginar que sus presuntos asesinos, así habrá que seguir llamándoles hasta que exista una condena, caminaban junto a nosotros, junto a los periodistas, pero también junto a los familiares, amigos y conocidos del chico, junto a las entidades benéficas, las asociaciones de vecinos o los clubes deportivos que en aquellos días de enero y febrero lanzaron diferentes batidas en varios puntos de la ciudad con el único objetivo de localizar a Mohamed.

Su sangre fría me resulta inconcebible, su capacidad mantener el tipo frente a una familia que sufre, frente a una madre que desde el primer momento solo pedía que le devolvieran a su hijo, un hijo que ellos sabían muy bien, porque habían participado, que estaba muerto. 

Durante los últimos días, obsesivamente, no he parado de preguntarme ¿cómo han podido dormir por las noches? ¿cómo han podido seguir con sus vidas durante un año entero? ¿cómo han ocultado ante sus familias en qué se habían convertido? Y no he hallado ninguna respuesta satisfactoria, ninguna más allá de la propia maldad, más allá de la crueldad extrema.

Debieron creerse muy listos, pensar que se iban a librar, que nadie lo echaría de menos, que la policía se cansaría de buscar... qué equivocados estaban. Su madre no cejó en su empeño nunca, el trabajo policial se mantuvo, ajeno a los rumores, centrado en las pruebas que tenían, en el círculo del chico, hasta que dieron con el hilo del que tirar. Un hilo con el que se ha logrado detener a los tres implicados y, sobretodo, encontrar a Mohamed. Acabar con la angustia de una madre que ahora ya podrá llorar a su hijo.

No es un final feliz pero, al menos, es un final en el que se podrá hacer justicia, en el que los implicados serán juzgados, en el que la desaparición y muerte de Mohamed no será gratis. Un final en el que la crueldad de quienes acabaron con él será castigada y en el que Ashma tendrá la certeza absoluta de que su hijo no la abandonó, que no la dejó, que no reinició su vida lejos de ella, la certeza de que su hijo la quería y nunca se habría marchado para siempre sin decirle a dónde.

Crueldad intolerable