miércoles. 24.04.2024

Cuestión de perspectiva

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Por primera vez desde que inicié esta columna no he cumplido con mi misión de cada martes, la de publicarla como señal de constancia, de que voy a seguir adelante aunque no me de la vida, de escribir porque me gusta. Y aunque sé que esto que voy a contar va a sonar a excusa, os prometo que no lo es. Esta semana llego tarde, y odio llegar tarde a nada, pero tengo un buen motivo: mis padres han venido a Ceuta a visitarme.

Suelen hacerlo una vez al año pero este es especial. Los que me conocéis mas allá de leerme cada martes en estas líneas sabéis por qué. 2022 no fue un año fácil en mi casa, no fue un año sencillo para mi familia. La enfermedad entró por la puerta y nuestra felicidad saltó por la ventana, o eso creímos entonces. Pero la vida, una vez más, se ha empeñado en quitarme la razón, en mostrarme que puede seguir siendo maravillosa incluso en los momentos más difíciles. No solo he vuelto a ser feliz a lo largo de estos meses, y os juro que el pasado abril pensaba que no lo sería nunca más o al menos no como antes, sino que lo soy con cosas muy sencillas. Cosas que antes me parecían obligatorias e inmutables, como que mis padres vinieran a visitarme coincidiendo con el final del invierno o el principio de la primavera, habitualmente para la Cuna de la Legión o Semana Santa, son ahora motivo de algarabía, de fiesta. No es que antes no lo apreciara, que no fueran días especiales entonces, es simplemente que lo daba por hecho. Ahora están aquí, conmigo, cuando en algún momento del pasado año llegué a dudarlo, y no solo están, que es lo más importante, sino que están bien.

Por eso me disculpo por llegar tarde a mi cita semanal con quienes me leen, aunque sé que me perdonarán. Los ratos que he tenido libres los dos últimos días  los he dedicado a estar con mi madre y con mi padre y es lo que pienso seguir haciendo el resto de la semana. Porque esa es otra lección que, al menos yo, he aprendido en este último año: ha llegado la hora de disfrutar de los míos, de no dar por hecho que van a estar ahí para siempre, de hacer que el tiempo que pasamos juntos valga la pena.

No os voy a engañar, desde hace casi un año tengo mucho más miedo que antes, el corazón se me para esperando el resultado de cada tac, el audio después de cada consulta de mi madre con la oncóloga o cuando coge un simple resfriado. Tengo mucho más miedo, es verdad, pero no solo no he dejado de ser feliz, sino que, cuando lo soy, lo disfruto mucho más que hace un año. Cuestión de perspectiva, supongo.

Cuestión de perspectiva