viernes. 29.03.2024

Impostora

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Esta columna solo puede empezar con un GRACIAS. Así, en mayúsculas, con todas sus letras. Un gracias gigante a quienes desde la semana pasada me habéis hecho sentir especial con vuestros comentarios respecto al anterior artículo de esta serie que no pretende, nada más, que ser un escaparate de esas pequeñas cosas que nos pasan en el día a día y en las que, de una manera o de otra, nos vemos reflejados.

Pero ¡Ay!... Tras el pequeño éxito y la satisfacción llega el autosabotaje y llevo más de cinco días delante de una hoja en blanco sin saber muy bien sobre qué escribir o cómo hacerlo, con temor a parecer ñoña, o pedante, a hablar de cosas demasiado privadas o que puedan molestar a gente a la que quiero (que no necesita ver nuestras vivencias y anécdotas puestas sobre el papel). 

¿Cómo es posible que tras las buenas críticas, los comentarios favorables, y los piropos me sienta así? La explicación es relativamente sencilla, antes no había expectativas, ahora ya hay un listón y los listones siempre han sido uno de mis grandes problemas. Porque no me gusta decepcionar (a nadie le gusta) y gestiono el fracaso regular, porque mi mente es mi propia enemiga, generando conflictos donde no los hay, buscando una razón para la preocupación, para el desasosiego, haciéndome creer que, en realidad, que lo que escribí la semana pasada gustara fue pura suerte y que, más pronto o más tarde, seguramente lo primero, quienes me lean esperando encontrar algo interesante se darán cuenta de que soy un fraude. 

Síndrome del Impostor, lo llaman, y alrededor del 70 por ciento de los trabajadores lo han sufrido o lo sufrirán en algún momento a lo largo de su vida. Lo padezco en mis carnes y lo veo a mi alrededor. Veo la inseguridad en personas fuertes, trabajadoras, exitosas y a las que admiro, que han trabajado duro durante años para conseguir ser quienes son y, sin embargo, creen que todo ha sido fruto de la casualidad, que no son para tanto, que solo pasaban por allí y que en algún momento alguien se va a dar cuenta de que son una gran mentira.

Y así es como me he sentido yo en los últimos días cada vez que pretendía sentarme a escribir. Ningún tema era lo bastante bueno, para ninguno estaba lo suficientemente capacitada, ni era lo bastante graciosa, ni podía ponerle el verdadero sentimiento. Por eso, al final, he optado por contar la verdad, la mía y la de muchos otros, que sienten siempre que caminan por el alambre, que, en cualquier momento, su vida, basada en el fraude que se han convencido de ser, se va a venir abajo como un castillo de naipes, que creen que, en realidad, están de prestado, que algún día alguien se va a dar cuenta de que no están a la altura.

No soy yo muy de dar consejos, porque los incumplo todos, pero a quienes atraviesan por ese camino solo puedo hacerles una recomendación que a mi, en ocasiones, me funciona: que intenten verse desde fuera, que hagan un ejercicio de abstracción y traten de juzgarse a si mismos como juzgarían a cualquier otra persona, que dejen de hacer de menos sus méritos por el simple hecho de ser suyos, en definitiva, que dejen de sabotearse a si mismos y sigan adelante repitiéndose, hasta que cale, que en este mundo nadie regala nada y que cuando el éxito llega es porque se merece.

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