viernes. 19.04.2024

Tamara y Shakira

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Una vez, cuando tenía 20 años, me dejaron. Bueno, dejarme me han dejado más veces aunque aquella la recuerdo como especialmente dolorosa, quizás porque fue la primera en serio. Una de aquellas tardes en las que yo solo lloraba y lloraba, una amiga me llevó a una cervecería de Alonso Martínez, me sentó, me pidió una caña y me dijo algo así como que no nos íbamos a mover de allí hasta que no me diera cuenta de que el que más había perdido había sido él. Hace unos meses, en uno de esos viajes a casa que han sido tan habituales en el último año volvía a pasar por la puerta de aquella cervecería y sonreía. Sin saberlo entonces, aquel día se quedó marcado para siempre en la memoria. Fue el principio del fin del dolor y, aunque aún lloré algunos días, aquella tarde fue la primera que me volví a reír.

Estos días he pensado mucho en aquello porque, aunque a estas alturas todos sabemos que de amor no se muere nadie, ver el dolor de la ruptura ajena hace inevitable empatizar con quien sufre, sea víctima o verdugo, y pensar que, en algún momento, todos (o casi todos) hemos pasado por ahí. La cosa se pone aún más fea si ha habido traición, deslealtad o humillación y tiene que ser todavía más insoportable si todo eso es retransmitido en tiempo real en medios y redes sociales y de eso hemos andado bien servidos en los últimos meses.

Muchos, y sobretodo diría muchas, empatizamos de inmediato con Tamara Falcó y su nanosegundo en el metaverso. Digna como ella sola, tras ver las imágenes de su chico dándose el lote con otra en un festival a miles de kilómetros, se plantaba y decía hasta aquí. Aplaudida en unas redes que hacen de cualquier cosa un espectáculo en el que hay que tomar partido, la marquesa tardaba poco en caer en desgracia, los apenas 3 meses que le ha costado perdonar al que, si no hay nuevos vídeos y exclusivas de por medio, se convertirá en su marido este mismo año. Y no la juzgo, que tire la primera piedra quien no haya estado tentada (o tentado) a volver con un ex que le ha hecho daño, porque la carne es débil y, inocente o no, aún queda la  esperanza de que las promesas de cambio sean ciertas. Igualmente fácil ha sido empatizar estas últimas semanas con Shakira y, si bien la canción de marras no me parece precisamente una obra de arte, no seré yo quien critique un desahogo de semejantes dimensiones. La ira, mejor fuera y si esa es su forma de gestionar el dolor, nada que decir.

Eso sí, deseo de todo corazón que las dos hayan tenido una amiga cerca. Una de esas que te llevan a una cervecería, te secan las lágrimas y te dicen eso de "amiga, ahí no es". De las que te permiten el duelo privado, lejos de las cámaras y los ojos ajenos, lejos de la crítica de todos. Una amiga de las que te dejan despotricar, e incluso gritar, para un minuto después asegurar que no sabes como vas a salir adelante, que te escuchan para luego decirte lo que aún no sabes: que estás mejor sin él, que debes darte tiempo y quererte porque vales mucho. Una de las que no te va a dar la espalda si al final, después del mal rato y el disgusto y el dolor, vuelves a caer en la tentación.

Tamara y Shakira