sábado. 20.04.2024

Vuelta a la rutina

Laura Ortiz / Archivo

Me gusta la vuelta a la rutina. Esos primeros días en los que todo vuelve a parecer nuevo, aunque no sea más que la misma realidad de siempre pero vista con los ojos del descanso vacacional. Me gusta la vuelta a la rutina tras las vacaciones de verano y, especialmente, tras las de Navidad, cuando el año nuevo, lleno de posibilidades, da sus primeros pasos y todos nos marcamos objetivos que, en la mayor parte de los casos, acabaremos abandonando antes de que llegue el mes de febrero.

Entiendo las quejas de quien acaba las vacaciones y ve en la vuelta a la rutina la cuesta arriba de un mes de enero en el que hay que compensar los excesos, económicos y alimenticios, de un diciembre de fiesta casi continua pero no puedo compartirlas. Siempre fui una niña rara, de esas que pensaba que el verano se alargaba demasiado y que la vuelta a clase era una fiesta. Lo era por volver a ver a los amigos pero también por el olor a libro nuevo y los bolis sin estrenar. Ahora, la vuelta a la rutina mantiene parte de ese encanto.

El encanto de lo novedoso, de las oportunidades que se abren, de volver a compartir espacio con los compañeros, de felicitarse el año, de contarse que libros maravillosos han traído Papá Noel o los Reyes. El encanto de tener por delante un año entero para tratar de enderezar algunas de las cosas que se fueron torciendo en el anterior.

La rutina es, además, el abrazo de la certidumbre, de volver a lo que uno reconoce como suyo: el orden, los horarios, el sofá y la manta, la cama de siempre, la almohada que se adapta perfectamente a nuestra cabeza, la comodidad del hogar. Esas pequeñas cosas de las que no somos conscientes hasta que estamos un tiempo fuera, viviendo a tope, excediéndonos como no lo hacemos de forma habitual.

Y no se me entienda mal, adoro estar de vacaciones, las cañas a mediodía, descubrir ciudades, explorar por las ya conocidas, no mirar el reloj, comer lo que me apetece, ir de compras... sin embargo, ni mi estómago ni mi bolsillo pueden soportar ese ritmo durante demasiado tiempo. Por eso, tras las vacaciones, la rutina vuelve a ser un remanso de paz, un lugar en el que refugiarme en lo que conozco bien, una excusa para estar deseando, como el más pintado, que vuelvan las vacaciones.

Vuelta a la rutina