La obra de un autor trasciende a la existencia física del mismo cuando su apellido define a un género. El "landismo", el "berlanguismo" y, como no "de Quintero". De Jesús: el loco de la colina, el hombre que convirtió a la radio en la fiel compañera de millones de españoles. El hombre que hizo magia en la radio, precisamente con la antítesis de las ondas hertzianas: el silencio. "Un silencio de Quintero entre respuesta y pregunta podía ser tortuoso", decía uno de sus invitados.
Porque Quintero no eran solo guiones exquisitos y rozando lo literario -de ello se encargaban Jesús Melgar o Raúl Del Pozo, entre otros-; era el silencio apropiado, la horizontalidad llevada al extremo hasta el punto de que en el mismo programa de televisión podían aparecer el presidente del Gobierno justo antes del último "friki" descubierto en cualquier tugurio.
Quintero; aquel que encerró a un equipo suyo en un hotel durante una semana hasta convencer a un transexual, en plena Transición, que debía contar su historia. El hombre curtido en mil polémicas, siempre sorteadas con un silencio, una mirada al infinito y una poesía.
Aquel chiquillo de San Juan del Puerto (Huelva) que creció rodeado de animales y vegetación. Aquel que un día abroncó a un productor en una calle de Sanlúcar de Barrameda, espetándole que "eres un fenicio, solo buscas el negocio. Yo soy moro: prefiero el azahar y los atardeceres". Ese que llegó a tener tanta influencia hasta conseguir que el propio Felipe González llamase a las 02.00 para recitar poemas chinos como un oyente más. El mismo que quiso hacer una Radio Romántica, que se entregaba a los negocios con tanta pasión como descuido, el mismo que fue una estrella en Argentina.
Quintero nos ha marcado a todos. Nunca sabremos donde acababa la persona y empezaba el personaje. Nunca sabremos si el libro con el que amenazaba a toda la clase periodística nacional, "Mis queridos hijos de puta", estará en algún cajón a modo de regalo póstumo o era solo el aviso de una tormenta con pasta y hojas.
Da igual. El "Loco" se ha subido a la colina eterna. Y debajo de ella la ausencia de genios, la melancolía de estos años sin esperanza, es hoy más grande.