domingo. 28.04.2024

American Pie

Don McLean compuso una canción más larga que un domingo sin dinero pero con bastante sentido crítico. Contaba como a partir de un ihecho traumático, un país que era  (o creía serlo) feliz se vió precipitado a una serie de acontecimientos vertiginosos. Aquel hecho traumático fue la muerte de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper en un tragico accidente aéreo. El día en que la música murió.

A partir de ahí, todo a peor. Los asesinatos de Luther King, Malcom X o  los hermanos Kennedy, la guerra del Vietnam, los disturbios raciales, la salvajada de Charles Manson en la mansión de Roman Polanski, aquel concierto de los Rolling en el que alguien con menos luces que un suburbio decidió encargarle la seguridad a los Ángeles del Infierno... Los sesenta, en efecto, no fueron precisamente aburridos en los Estados Unidos.  Todo fue a peor, hasta acabar en Nixon y sus trampas. El día en el que, sin pensarlo, aquella América pariótica, familiar, costumbrista, próspera y esforzada comenzaba a irse por el sumidero.

Esa sensación que hemos tenido tantos en los  últimos años en España. Si lo analizamors bien, sin apasionamientos y con frialdad, a excepción de un buen puñado de científicos a los que la mayoría descubrirán (Juan Ignacio Cirac, Carlos López Otín, Juan Francisco Martínez Mójica, Atanasio Pandiella...) a golpe de premio en el extranjero y de algún cocinero de moda,  todo lo bueno de este país en las últimas dos décadas ha vestido de corto. Mundiales de fútbol masculino y femenino, en baloncesto, balonmano, fórmula 1, motociclismo, ciclismo, natación, waterpolo.... Nuestro pasaporte ante el mundo de las últimas décadas es fuerte, rápido, salta alto y además es ágil y creativo.

Porque España también tuvo su 'american pie'. El día en el que todo comenzó a ir, irremediablemente, a peor. El 11 de marzo de 2004. Aquel día en que mataron a 192 de los nuestros en pleno corazón de Madrid, en el que todos morimos un poco y en el que las costuras del país empezaron a abrirse en canal. Aquel día en el que sentí por primera vez, y en serio, la posibilidad del conflicto entre españoles y una sensac ión de profundo desapego hacia la clase política que, no voy a negarlo, aún me acompaña. Porque lo que vino después de esa matanza fue la más asquerosa y vomitiva ceremonia del desprecio a las víctimas que jamás pudiéramos esperar. Por parte de todos los partidos y en forma de comisión parlamentaria.

Aquel dia no murió la música; murió la España moderna y dinámica que creímos ser porque, vaya usted a saber, igual lo fuimos en algún momento. Desde entonces la corrupción, el populismo, el odio entre iguales se ha instalado en nuestra sociedad como nunca antes hubiéramos querido, siquiera, imaginar. Ni una sola institución, ni una sola, de este país ha quedado libre de mácula. Fue el inicio de una serie de acontecimientos que nos atenazan y hacen avanzar, pero hacia el más hondo precipicio. Del eslogan hecho discurso y la mediocridad como forma de Gobierno. Del insulto soez y de la ridiculización del adversario como estilo de debate. De la red social como estrado de justicia, inapelable, sin fundamento.

El próximo lunes me inventaré una evasiva si mi hija me pregunta porque estoy tan serio. Es demasiado pequeña, aún, para explicarle que hace dos décadas que España perdió la inocencia. . Que la maldición china de vivir tiempos interesantes se ha cebado, en demasía, con este país.  Que si algún día tengo que animarla a que se vaya de España, sea posiblemente por la espiral de odio y destrucción a cámara lenta del país que comenzó aquel día. Que entre las vías de un tren se rompió el corazón de una nación en 192 trozos,que germinan cada primavera en el recuerdo como si de casi doscientos claveles se tratara.Que mientras no sea yo mismo el que tenga problemas de memoria, me comprometo a no olvidarlo y a recordarlo cada vez que marzo nace  Que hace veinte años que su padre decidió votar unas veces en blanco y el resto con la pinza en la nariz. Que, pese a todo, puede estar orgullosa de las gentes de su país y de una capital como Madrid. Porque siempre merecerá la pena contar que España entera se fundió en un abrazo para llorar en las horas siguientes. Y, no se por qué, siempre son mejores los ciudadanos que aquellos a los que eligen para representar. Aquellas mantas, donaciones de sangre, colchones, termos de café e historias por contar, aún, así lo demuestran.

American Pie