lunes. 29.04.2024

Sírvame un Discepolín, por favor

Supe que el mundo se iba al carajo al día siguiente de que Donald Trump ganase las Presidenciales norteamericanas. No por el hecho en si, sino porque una Universidad neoyorquina dio tres días libres a sus alumnos para que asumieran el resultado. Es decir: en vez de analizar qué hacía un tipo como Trump en un sitio como ese, mandamos a un puñado de tíos/as como trinquetes a abrazarse a un peluche en su casa y llorar a lágrima viva. Tíos/as (odio este tipo de lenguaje, pero no quiero verme censurado) que a estas alturas deben estar poniendo vacunas, diseñando puentes o defendiendo a acusados ante un Tribunal.

Así está el patio. El pasado año, en España, un vergonzante aquelarre supuestamente humorístico se dedicó a censurar chistes de hace treinta y tantos años, contados con la mentalidad de hace treinta y tantos años y para el público de la época, en la televisión pública. Mientras, se elimina la escena de la muerte de la madre de Bambi o se cataloga como de adultos El Libro de la Selva. A mi esas películas me enseñaron que la vida consiste en que los mayores dejen paso a los viejos, o que por muy diferentes que seamos puede haber un punto de encuentro entre todos. Como doy por hecho que Disneyplás no querrá tener entre su clientela a un garrulo como yo, obraré en consecuencia. Es como lo de ‘Tintín en el Congo’ ¿Racista?. Igual si, pero de hace un siglo. Es decir: no se trata de que mi hija no lo lea, sino de que alguien le explique el tiempo, la mentalidad  y el contexto en el que fue creado.

Estamos a punto de que dejemos de recomendar Platero y yo porque Juan Ramón Jiménez era al parecer un borde de categoría o El Quijote porque Cervantes hacía chanza de una persona con enfermedad mental. Berlanga hoy sería censurado por algunos de sus hilos argumentales. “Ponga un pobre en su mesa por Navidad”, decía el lema de  la impresionante ‘Plácido’. Aporafobia, sin duda alguna..

Pero cuidado, mis queridos ofendidites:  por mucho que pasen estas cosas o que la Academia de Hollywood empiece a contar ya como mérito los personajes inclusivos o que se eliminen de Los Simpson las escenas en las que Homer retuerce  el pescuezo a Bart, el mundo va a seguir siendo tan cabrón o maravilloso como antes. Las frases de autoayuda no nos van a llenar la nevera y las cárceles van a seguir llenas de gentes malas, que igual están ahí por asesinatos, secuestros y demás menesteres y no por no llamar ‘de color’ a una persona de piel negra.  Los Ejércitos van a las guerras, ¡qué cosas!, a pegar tiros y no a repartir magdalenas. Luego resulta que esto va en serio, y nosotros con memes, corazoncitos en el WhatsApp, florecitas, ansiolíticos y huesecitos de cristal.

Javier Milei escucha voces y es el clon de mi añorado Enrique Morente. Pero está a punto de ser presidente de Argentina. ¿Nos asustamos de eso o nos preguntamos cómo no lo habrán hecho el resto para que un país admirable en tantas cosas ponga sus destinos en manos del citado?. En Argentina, precisamente,  se escribió hace casi cien años una genialidad que hoy estaría plenamente vigente: los inmorales nos han igualado, lo mismo un burro que un gran profesor. El gran Julio Sosa pedía a un camarero con el que siempre hacía una pequeña parodia  antes de interpretar ‘Cambalache’ que le sirvieran un Discepolín bien cargado. Ese era el apodo con el que se conocía al autor, Enrique, el menor de los Santos Discépolo. Más vivo que nunca. Veintiuno, Cambalache: problemático y febril. Sigue llorando la Biblia contra un calefón….

Sírvame un Discepolín, por favor