lunes. 29.04.2024

Voces y silencios


Cuenta Arturo Pérez-Reverte en uno de sus artículos que aprendió a ser periodista en un auténtico tugurio: aquel diario Pueblo de Madrid en el que se formaron generaciones de periodistas en un ambiente de prostitutas, asesinos convictos, tahúres y jugadores de cartas marcadas. En aquellas redacciones en las que el sonido de las Olivetti se mezclaba con el humo de los cigarros y las botellas de whisky en los cajones de los escritorios. Yo conocí a uno de esa redacción; se ajusta al perfil. Quien me conozca y sepa en que ciudad me muevo, sabrá a quien me refiero. 
Era la mejor generación de periodistas de la historia de este país. Tipos que en pleno golpe de Estado de 1973 en Chile sacaban de no se sabe donde coño un listín telefónico de Santiago, localizaban el teléfono de Pinochet y lograban que el otro se pusiera al teléfono para la televisión de España. Gente que lo mismo te cubría una guerra que unos Juegos Olímpicos o te aparecían a los tres días en mitad del Amazonas entrevistando al jefe de una tribu. Gente que igual no era exquisita ni refinada en aquello de la empatía. José María García: “Un tío se pegó una hostia con una moto  y se mató. Me fui con Raúl Cancio -fotógrafo, aún en activo- a ver a los padres. Les dije que su hijo estaba muy grave y esperé a que Raúl tuviera el objetivo preparado para comunicarles que no estaba herido, sino que se había muerto”. 
De aquella tribu salió también Jesús Hermida. Que no sólo andaba por ahí cuando los yanquis subieron a la luna. El tipo tenía la capacidad de persuasión suficiente para inventarse las mañanas televisivas o poner en marcha una idea tan  sencilla como impracticable: juntar a veinticinco, entre los que había diputados, jueces, periodistas y vedettes y tenerlos ahí tres horas hablando sobre lo que encartase. Fuese la guerra de Bosnia, las drogas, el aborto o el fuera de juego.
Era tan sui generis, que parece irrepetible, en estos tiempos en los que hasta el que asa la manteca tiene gabinete de prensa, community manager y canal de Tik Tok. Angel Cappa contaba que se retiró del fútbol en el momento en que entró a un vestuario y se encontró tres asistentes por jugador. Lo mismo pasa con esta profesión. Recuerdo que una vez quise entrevistar a un miembro de un grupo de estos de laboratorio contratado para la Feria. “Me da igual quien sea: uno de ellos, el que pueda, por teléfono cinco minutos”. Cuando la asistente me pasó todo el rosario de correos electrónicos a los que había que remitir las preguntas para preparar a la criatura -no fuese que “tu primera vez en Ceuta” lo dejase sin palabras-, le pedí disculpas. “Creía que estaba hablando con el manager de estos, y resulta que he dado con la de Leonard Cohen”. Por piedad me ahorro el nombre del grupo, que por supuesto duró menos que un caracol en un espejo.
Hemos perdido, pues, la horizontalidad. Mirar a todo el mundo con los mismos ojos, pero sabiendo a quien tienes enfrente. Ya no quedan, en mi especie, tipos que te sienten en el mismo programa a un sesudo experto sobre la Penibética romana, al presidente del Gobierno y al borracho que cuenta chistes haciendo música con una caja de palillos dentales. Ya no quedan voces del silencio, poesía en los guiones ni luces a la mitad sobre el careto del asesino y la madre de la víctima. Apenas queda algún ejemplo de voces  hechizando a todo un país, de extravagantes vestimentas en el rostro amigo. Quedan sin voz los parias, los desheredados, los yonquis y las reinonas de la noche.  Ya no desprenden, la radio ni la televisión, el aroma a romero del sur. El sur eterno, el sur al que solo le bastan unas cuantas voces para ser sencillamente universal. El sur que cabe en María la Portuguesa o el sur, desde hace un año, huérfano de Jesús Quintero.

Se le echa de menos, maestro. Son años de melancolía e histeria; días sin esperanza. Hoy brindaré por usted, por Platero y los presos en cuerda. Tomaré la misma copa a la que hubiera invitado, de haberle conocido en vida, este eterno aprendiz de contar cosas a una de las pocas personas a las que ha admirado sincera y reverencialmente. Sonarán Pink Floyd y Triana, por supuesto. Que allá,  encima de la colina, se oiga, fuerte el aullido de los perros. El Loco lleva ya 365 días haciéndole preguntas a Dios sobre María la Magdalena.

Voces y silencios