viernes. 26.04.2024

Periodista en campaña

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Hace algunas semanas, al hilo del año electoral en el que nos encontramos inmersos, leía a algún compañero en Twitter decir que no conoce a ningún periodista al que le gusten las campañas y, aunque en un primer momento pensé que tenía más razón que un santo, luego tuve que reconocerme a mi misma que era una verdad solo a medias. 

Una, que hace ya algún tiempo que no cuenta cuantas campañas electorales lleva a la espalda (especialmente tras las repeticiones de Generales de los últimos años), tiene que confesar que la cosa tiene su rollo y que participar en primera persona, como narrador necesario, en el proceso democrático no deja de tener su punto de emoción. Eso sí, las campañas agotan y mucho y, al menos según mi experiencia, con los años, supongo que como todo, pesan más.

Y es que, les juro que no les miento, los periodistas nos transformamos en estas semanas de locos. De hecho, en estos días es mucho más fácil reconocernos si se cruzan con nosotros por la calle: somos los que corremos con la mochila colgada a la espalda, el micro o la cámara en la mano, el teléfono pegado a la oreja, pelos de locos y unas ojeras un poco más marcadas de lo habitual. También solemos ser esa marabunta que rodea a alguien a quien ustedes probablemente no logren distinguir entre el gentío pero que saben que es importante solo por el número de cámaras y micrófonos que le rodean. 

Pero ese es solo el principio del trabajo. Una vez escuchado, recogido, fotografiado y grabado llega el momento de la verdad, el de poner por escrito el mensaje, darle su contexto, tratar de explicarlo para que sea no solo comprensible, sino también real; el de editar el vídeo o las fotografías para que lleguen al espectador o lector con la mejor calidad... todo ello con actos que se celebran tarde, arrastrando el cansancio de semanas trabajando al doscientos por cien, escuchando el mismo mensaje una y otra vez y generando malestar entre quienes no se sienten representados con lo que se publica. 

No, las campañas no son cosa fácil, porque además el resto del mundo sigue girando, con sus pequeños dramas diarios, pero a todos sus contras hay que sumarles muchos pros. Durante el periodo preelectoral convives más con los compañeros, con los propios y con los de otros medios, con los que charlas, haces porras, comentas declaraciones y anécdotas... muchos de mis mejores momentos a lo largo de las campañas que me ha tocado vivir tienen como coprotagonistas a compañeros que han compartido risas, muchas risas, incluso en lugares más inoportunos. Las campañas son también los desayunos en comandita, las cervezas de después, la relajación compartida, las quejas de la agenda de ese día o del siguiente...

Pero para mi, sobretodo, las campañas son el día de las elecciones, los más laboriosos, divertidos y emocionantes de mis 16 años de carrera. Los que empiezo votando temprano, por lo que pueda suceder, para acabarlos contando quién ha ganado, por cuánto y por qué. Solo por ese día, solo por ese rato, para mi, merecen la pena las semanas previas porque cuando decidí dedicarme a esto lo hice para poder contarle a los demás cosas importantes y, aunque a veces lo dudemos, saber quién comandará los destinos de nuestra ciudad durante los próximos cuatro años es vital.

Por eso, si en estos días coincidimos, nos vemos por la calle, y me perciben algo más tensa o protestona de lo habitual (que ya es mucho, lo sé), no terminen de creerme. En el fondo estaré disfrutando como una niña con zapatos nuevos.

Periodista en campaña