viernes. 26.04.2024

“Saber de to”

Laura Ortiz / Archivo
Laura Ortiz / Archivo

Me fascina esa gente que “sabe de to”. No sé, quizás es porque yo siempre dudo y nunca estoy segura de nada al cien por cien... por eso, probablemente, no me cabe en la cabeza esa gente que te habla con total rotundidad de cualquier asunto que salga en una conversación, desde la situación política al fútbol, pasando por el cuidado de las plantas, la actualidad del mundo del corazón o la declaración de la renta. Qué capacidad de acumular conocimiento, chiquilla, que la dejan a una a la altura del betún.

Esa gente que siempre tiene razón, que no se equivoca nunca porque su gran conocimiento sobre todo lo que habla la sitúa en un nivel superior, ese que se encarga de dejar claro cada vez que una emite su pequeña (o gran) duda. Nada de emplear argumentos sólidos, las cosas son así porque ellos lo saben y eres tú quien está equivocada solo por osar a dudar de su sapiencia absoluta sobre cualquier cosa. Personas que no conocen la prudencia, porque creen que no les hace falta, que juzgan desde su pedestal a cualquiera que, bajo su nada humilde opinión, no cumple con su verdad absoluta. Una imprudencia que demuestran cada vez que tienen ocasión, dejando en evidencia que ellos son los listos mientras que los demás somos idiotas, o eso es lo que se creen.

Yo, sinceramente, prefiero no ser tan sabia, ni tan lista. Me gusta escuchar los argumentos de quienes se encuentran a mi alrededor, aunque los considere equivocados, saber los motivos que les llevan a pensar de un determinado modo e, incluso (¡oh, maravilla!), acabar convencida con lo que me cuentan, aunque no fuera mi postura inicial, aunque antes de comenzar la conversación pensara de un modo diferente. En eso, a fin de cuentas, consiste el aprendizaje.

Y no seré yo ejemplo de nada, eso está más claro que el agua, porque a veces también me empecino y nadie me saca de donde estoy, pero creo que el mundo sería un lugar un poco mejor si todos hiciéramos un esfuerzo por escucharnos, no solo por oírnos, si fuésemos capaces de reconocer que hay cuestiones sobre las que no tenemos ni puñetera idea y si, en esos casos, nos mantuviéramos callados, escuchando a los que de verdad saben, leyendo, informándonos, antes de emitir una opinión con la que sentar cátedra.

El mundo sería un lugar mucho mejor si no nos pasáramos la vida diciéndole al de al lado qué es lo que tiene que pensar, o lo que no, cuál es la posición correcta, solo porque a nosotros nos lo parece (sin tener en cuenta su bagaje previo, su experiencia), o cómo debe vivir su vida, solo porque es el modo en que nosotros vivimos la nuestra. 

No tenemos que opinar sobre todo, de verdad que no, no es necesario. Hay cosas que pueden darnos igual, importarnos absolutamente cero y, por tanto, no dedicar ni un segundo de nuestro tiempo a darles una vuelta, porque no nos apetece, porque no nos interesa, porque no nos da la vida. No pasa nada porque en esos casos, cuando el tema salga en la conversación, simplemente digamos “no tengo una opinión sobre eso” o “sinceramente, es un tema al que no he prestado atención porque no me importa demasiado”. Porque así es la vida y una, aunque mire a su alrededor y parezca imposible, no puede “saber de to”.

“Saber de to”