Todavía me acuerdo cuando en el pleno de la Ciudad se llegó a la decisión de disolver el ICD porque parecía que era un organismo poco operativo, aunque el concepto de operatividad bien se podía trasladar a otros contextos.
Aunque ganas no me faltan de seguir insistiendo en la ética de un Gobierno que ha convertido los juzgados en la nueva zona de residencia, a pesar de que todo esto no está sirviendo por la poca memoria de quienes gestionan o han gestionado cuestiones que nos afectan a todos mediante un dinero que se les olvida que es público y que, por tanto, lo de “no me consta” es una falta de consideración de tal calibre que si no tiene consecuencias judiciales ya lo podría tener electorales, quiero centrarme en el deporte.
Si bien esta parcela da para reivindicar cómo es posible que para poder inscribirte en el ICD tengas que hacer grandes colas en horario exclusivo de mañana, como si de algo primitivo se tratara y la era informática fuera algo de otra ciudad de más categoría, no puedo dejar de mostrar mi apoyo a unos trabajadores, en este caso los monitores de natación, que están viendo cómo les toman el pelo.
Vivas tiene una deuda con una empresa que, por otro lado y aunque sabemos que ha incumplido el pliego de condiciones también en otros servicios, como en el de la educación, se sigue llevando las licitaciones hasta cuando éstas son rechazadas por la propia empresa. Pero luego no tiene reparo, y con razón, en llevar al Gobierno a los tribunales por falta de pago, un pago que no es regular porque nada de esto se ha hecho con contrato, sino por inspiración divina.
Pero voy a nombrar algo que quizás para una gran mayoría no es importante pero que para mí, que defiendo la igualdad por encima de todo, me produce impotencia. Desde que se ha cerrado la piscina de Díaz Flor existen unos niños y unas niñas que han dejado de disfrutar de la natación, en este caso de la hidroterapia , algo vital para la calidad de vida de estas familias. Sé que esto no ocupará las grandes portadas de los periódicos, pero si las lagrimas de personas que están siendo tratadas con desprecio e indiferencia.
Que la Ciudad para derrochar en cosas banales o para especular con terrenos sí tenga presupuesto, pero que luego no disponga de vasos térmicos para poder llevar a niños con parálisis cerebral, enfermedades raras o degenerativas, es propio de un ejecutivo que la humanidad la perdió en alguna Comisión, si es que alguna vez la tuvo.
En definitiva, que no son buenos tiempos para la inclusión ni los derechos. Y que, por más que hagamos discursos pomposos éstos carecerán de valor en el mismo momento en el que nos olvidamos de una minoría que es la que realmente hace grande a una sociedad, quizás por eso Ceuta se está convirtiendo cada vez en más pequeña.