Al margen de una maldita retahila de dolor y muerte, el terrorismo etarra dejó una serie de imágenes icónicas. Dos de ellas, de 1997: en julio, las calles y plazas del país se colapsan pidiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco Garrido: un hijo de emigrantes gallegos a un anónimo pueblo de Vizcaya, que tocaba en un insignificante grupo de rock y que se iba a casar con su novia en cuanto cuadrasen las cuentas. Pero Blanco fue secuestrado y asesinado a cámara lenta por ETA porque, al margen de tener una vida tan cotidiana y normal como la de millones de españoles, era concejal del Partido Popular. No hubo suerte, y Blanco fue encontrado con un suspiro de vida por unos cazadores en el plazo previsto: 48 horas si no se acercaba a todos los presos de la banda terrorista al País Vasco. Una semana antes, la pericia de la Guardia Civil y la insistencia de uno de sus capitanes, Pablo López Corbí, convenció al magistrado de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón de que había que apurar hasta el máximo la búsqueda en una destartalada nave industrial. Tras mover una pesada estructura, encontraron un zulo y en el fondo una figura humana que pedía, simplemente, que la mataran de una vez, tras meses de cautiverio en un zulo de apenas un par de metros de ancho. Se llamaba, se llama, José Antonio Ortega Lara. La imagen de aquel hombre torpe, demacrado, harapiento, con unas barbas descuidadas y al que parecía molestar la luz del sol se convirtió en un icono -más- de la crueldad del terrorismo. Cabe recordar esto, para aquellos que no lo conozcan, porque de los jóvenes actuales muchos no saben quien era Blanco, quien es Ortega y que pasó en aquel intenso mes de julio de finales del pasado siglo.
Ortega Lara era funcionario de prisiones ("Ortega vuelve a la cárcel", tituló al día siguiente de su liberación el diario batasuno Egin, dirigido por personas como Martin Garitano o Mertxe Aizpurua que casualmente se llaman igual que algunos dirigentes de la exquísitamente democrática Bildu), un colectivo que sufrió especialmente en aquellos años. Hasta doce muertos: el último Máximo Casado, jefe de servicio en una prisión alavesa, que murió en 2000 tras sufrir un atentado con coche bomba.
Son, para Tony Núñez, héroes olvidados. Y ese es, casi, el título del libro con el que este funcionario de prisiones les homenajea. "Cuento las historias de todos y cada uno de ellos. Cuando puedo, los visito en sus tumbas, les escribo cartas de mi puño y letra y les dejo un ramo de flores" junto a los familiares, explica a Ceuta Televisión antes de presentar su trabajo. Alcanzó cierta celebridad hace algunos meses cuando "en días libres, daba cincuenta vueltas alrededor del Congreso de los Diputados con algunas de las demandas de mi colectivo". Demandas como "que se nos considere autoridad, judicial, etc". En una de esas caminatas por la Carrera de San Jerónimo, conoció a una parlamentaria por Ceuta, "la única que me acompañó en esas vueltas", la actual diputada autonómica, Teresa López.
'Héroes penitenciarios', con la colaboración de Fernando Savater, María San Gil o Maite Pagazaurtundua, cuenta la historia "de un colectivo olvidado, porque ni el poder político ni la sociedad conocen suficientemente bien la importancia del funcionario de prisiones y la labor que desarrolla". Lamenta como, "ahora en la época de redes sociales, Instituciones Penitenciarias no es capaz ni siquiera de enviar un miserable tweet coincidiendo con el aniversario de alguna de estas muertes".
Señala que "a lo largo de mi vida, he conocido a muchos etarras en las cárceles. De momento, la cifra de arrepentidos es cero. No están arrepentidos". Y no lo están "porque no les hace falta: a ETA se le ha endulzado desde la política, se ha sido muy amable con ellos. No se les ha exigido nada. Si están arrepentidos, podrían empezar a aclarar los casi 300 casos sin resolver, o a ir a los colegios a explicar qué hicieron y por qué se equivocaron".
El libro, cuyos beneficios íntegros se destinarán a la Asociación de Víctimas del Terrorismo, ha sido presentado en un acto organizado por la Fundación DENAES.