viernes. 26.04.2024

Sería presuntuoso afirmar que el mar no se entiende sin Ceuta, pero rigurosamente cierto decir que Ceuta no se concibe sin el mar. Algo que ha quedado patente a lo largo de la historia; testimonio de ello dejaron desde Homero a  Julio Verne en dos libros pasando por Dante o Luis de Camoens. La vinculación entre Ceuta y el medio marino es seña de identidad y carta de presentación ante el mundo.

 

Lo es no solo por el capricho de la geografía: esta propone, pero la historia dispone. Lo es también por tantas historias vividas alrededor de el o rescatadas de las profundidades. Podrían dar fe de ello Juan Bravo Pérez o Ernesto Valero, cuyo tesón demostró que la presencia fenicia en Ceuta no era una invención sino un hecho contrastable. Pueden hablar de ello Juan Díaz Triano o Francisco Luque Gallego: hombres situados en las antípodas ideológicas pero que han sido santo y seña hasta el punto de alcanzar la maestría y veneración entre los submarinistas ceutíes. Podrían corfirmarlo tantos y tantos que, como la mítica Alfonsina Storni, bajaron andando hasta la espuma para nunca volver a la superficie.

 

El mar fue su vida y, en algunos casos, el tránsito a la muerte. Su pasión. Y ese, la "Pasión del Mar" es el nombre de la última estatua que Ceuta incorpora a su ya vasto catálogo: ubicada en el Baluarte de los Mallorquines, donde hace 60 años nacía el Club de Actividades Subacuáticas. Un proyecto personal de Antonio Romero: escultor cuya huella es ya indeleble en el callejero de Ceuta. Con el apoyo de Alberto Gallardo, que dona la estatua con una condición: que sea un homenaje a todos los submarinistas, los hombres rana. Arqueólogos, pescadores, aficionados o buscadores de coral a los que el olor a salitre empuja a elegir el riesgo de las profundidades en detrimento de la seguridad y la rutina de la tierra firme.

 

 

La pasión de ellos, el mar de todos